Si para beber tenemos claro qué agua queremos, para cocinar también. “Haced la prueba. Preparad una caldereta de pescado con agua embotellada y otra con agua del grifo”, explica el nutricionista Marc Vergés, que añade que “el sabor de los platos será muy diferente”.
Además, en la cocina hay unos alimentos que se hinchan con el agua de cocción, como es el caso del arroz, de la pasta, de las legumbres o del pan. Cocinarlos con un tipo u otro de agua marcará la diferencia. Lo mismo ocurre con las cremas, los caldos y las sopas. Si os fijáis, en la descripción de recetas de libros firmados por cocineros como Carme Ruscalleda está la indicación “agua mineral”.
¿Y a la hora de ducharse?
Del mismo modo que la flora bacteriana puede quedar afectada según el tipo de agua que bebemos, también pasa con la flora dérmica, la piel. “Es mejor utilizar los filtros de ducha o, por ejemplo, el sistema Johann Grander aplicado en la ducha, que mejora las afecciones de la piel y la suavidad del cabello“, explica el nutricionista Marc Vergés.
Finalmente, cabe decir que la llamada enfermedad del viajero por el cambio de aguas se produce justamente porque quien viaja bebe un agua a la que no está acostumbrada su flora bacteriana. La fotógrafa Cristina Calderer asegura que no puede beber agua del grifo porque le provoca vómitos y malestar general, y por este motivo no puede consumir agua noruega de la marca Voss, que justamente ha creado tanta polémica porque es del grifo, no de fuente.
Según explica el sumiller Julio Cayuela Tormo, la industria alimentaria hace presión para poner a la venta agua potable, como la del grifo.
Más platos. Una judía verde cocinada con agua del grifo o con agua mineral −embotellada− no tiene nada que ver. La diferencia es infinita. El agua del grifo hace que la verdura pierda color, el verde desluce, se marchita. En cambio, una verdura hervida con agua mineral mantendrá el color vivo.
¿Y qué tiene el agua del grifo que hace que chupe los colores de los vegetales? El agua del grifo viene de los ríos que llegan a unos pozos donde se hace potable. Por el camino, por aquel surco de agua que atraviesa el país, habrá arrastrado todo lo que el hombre, voluntaria o involuntariamente, habrá lanzado. Una piedra, un plástico, un trozo de madera, una pila… Los metales pesados que se desprenden de las pilas no se eliminan del agua; se quedan allí por mucho que se haga potable.
A la hora de decidirse por un agua embotellada, el debate se amplía. Para el nutricionista Marc Vergés, “las únicas aguas buenas son las de mineralización muy débil o, lo que es lo mismo, que tengan un residuo seco de 30 mg/l o bien que estén cerca de estos valores”. Este debería ser el tipo de agua ideal para embarazadas, para los niños, para los ancianos, para deportistas o para personas que se ponen enfermas con facilidad.
Ahora bien, “el problema de las aguas embotelladas es el plástico”, continúa explicando el experto, porque “los cambios de temperatura y el tiempo que pasa el agua dentro hace que “se contamine con restos de moléculas del plástico”.
¡Ah! Y dos últimas curiosidades. Me dicen que hay marineros que cocinan las calderetas de pescado con agua de mar, y que hay abuelas que, para hervir el arroz o la pasta, usan caldo, para que queden más nutritivos.