Agarraos, que vienen curvas. El informe “Mi primer veneno”, de Justicia Alimentaria Global, no tiene pelos en la lengua y destapa con un sinfín de datos objetivos el gran engaño de la alimentación infantil. Leches de fórmula y de crecimiento, potitos y papillas, yogures, galletas y muchos otros productos procesados que encontramos en todos los supermercados y en todas las farmacias se nos presentan desde hace años como opciones adaptadas a las necesidades nutricionales de bebés y menores de tres años, con el aval de importantes asociaciones médicas y pediátricas.

Bombardeados a diario con la tierna y simpatiquísima publicidad de estos productos, hemos acabado sustituyendo la comida real de nuestros hijos con la confianza que los potitos y el resto de comida rápida infantil es más nutritiva y más adecuada para ellos que lo que comemos los adultos. Pero nada más lejos de la realidad.

Siguiendo las recomendaciones alimenticias que dicta la Organización Mundial de la Salud, los bebés deben ser alimentados exclusivamente con leche materna hasta los seis primeros meses y, una vez iniciado el destete, los alimentos que complementan la leche materna deben ser lo más sanos posibles, sin azúcares y sin sal, por lo menos antes del primer año de vida. Según el informe, “más allá del «no azúcar, no sal», la alimentación complementaria del bebé no necesita nada especial. Es decir, no existe una «alimentación especial» para bebé. Si se evitan los sólidos con riesgo de atragantamiento y se ofrecen al bebé alimentos saludables en raciones adaptadas a sus sensaciones de hambre y saciedad, no existen motivos para ofrecer alimentos o preparados especiales. El objetivo de la alimentación complementaria es, sobre todo, que el bebé se acostumbre a comer lo que se come en casa (especialmente si es saludable; si no, el problema es otro), que empiece a desarrollar su «paleta» de gustos alimentarios, texturas, olores, etcétera, que le acompañarán durante los siguientes años. Sin embargo, con productos industriales no se suele conseguir nada de eso”.

 Los potitos industriales cuentan con un porcentaje de azúcares de entre el 20 y el 30% de su composición total. ¡Un disparate!

Y es que, de hecho, los potitos industriales cuentan con un porcentaje de azúcares de entre el 20 y el 30% de su composición total. Un disparate, teniendo en cuenta que los bebés menores de un año no deben tomar azúcar y que los adultos no tendrían que superar los 35 gramos diarios. En general, los potitos que encontramos en el súper y en las farmacias han sido elaborados mediante la técnica de la dilución en agua, que diluye los ingredientes principales de la receta para alargar la cantidad, lo que reduce la densidad nutricional del producto. Eso acaba significando que la mayoría de potitos del mercado equivalen a agua con una pequeña proporción de vegetales y carnes de no muy buena calidad, además de aditivos. Sin embargo, el informe denuncia que esto es algo que no pasa con las versiones ecológicas de los potitos (más caras), y pone así de relieve que el poder adquisitivo de los consumidores acaba condicionando la salud de sus hijos.

Algo similar pasa con las leches de crecimiento. Todo lo que aportan este tipo de leches se encuentra de forma natural en una dieta equilibrada para un niño; excepto el azúcar, que no debería consumirse.

“Diversos estudios indican que el aumento de la prevalencia de obesidad en la infancia puede relacionarse con la ingesta inadecuada de determinados nutrientes en etapas tempranas de la vida”, denuncia también “Mi primer veneno”.

El informe, que no tiene desperdicio de principio a fin y cuya lectura detallada se recomienda a padres, madres, cuidadores y, en realidad, a todo el mundo, acaba listando una serie de demandas y propuestas políticas a las que, por supuesto, se adhiere Soycomocomo:

  • Prohibir la publicidad de alimentos con perfiles insanos dirigidos a la población infantil.
  • Prohibir la venta de alimentos con perfiles insanos dirigidos a la población infantil en centros farmacéuticos.
  • Prohibir la propaganda y difusión de estos alimentos en centros médicos.
  • Establecer una regulación que obligue a las empresas a divulgar públicamente todos sus conflictos de intereses científicos y de política pública.
  • No permitir la participación de cualquier organización que tenga conflictos de intereses entre sus objetivos privados y públicos en el proceso de toma de decisiones sobre salud pública.
  • Establecer una regulación con directrices claras sobre el conflicto de interés para las asociaciones filantrópicas, médicas, de profesionales, de salud, universidades y publicaciones científicas.

Marta Costa
Marta Costa

Periodista y posgrado en Comunicación Alimentaria.

  @marta_coor