Un mito falso: “Ahora tienes que comer por dos”
“Come, come, que ahora tienes que comer por dos”. Esta es la frase estrella que todas las embarazadas oyen durante los nueve meses de embarazo. Y, bueno, es cierto que la mujer gestante debe comer, sí, pero no duplicado por dos. La doctora Rosa Burgos, de la Unidad de Nutrición del Hospital Vall d’Hebron, subraya que el concepto de “comer por dos” se debe eliminar, porque las necesidades calóricas de la madre en un día solo aumentan 300 kilocalorías más: por lo tanto, no se multiplican, solo se suman un poco.
¿Cuantos kilos debería engordar una embarazada?
Las recomendaciones son las siguientes:
– Si se parte de un peso normal, entre 11,5 y 16 kilos.
– Si se parte de un sobrepeso, entre 7 y 11,5 kilos.
– Si se parte de obesidad, unos 6 kilos.
Sin embargo, según María Manera, dietista y nutricionista, “una mujer se puede engordar ocho y otra dieciocho y ambas pueden tener un buen embarazo, un niño sano y, además, pueden perder el peso ganado”.
Para más información sobre el peso de la embarazada: Institute of Medicine. Weight Gain During Pregnancy: Reexamining the Guidelines, 2009.
Siempre se ha creído que las embarazadas se inventaban deseos (o antojos) para hacer perder el oremus a las parejas que, más de una vez, han tenido que ir a buscar determinados alimentos y prepararlos o cocinarlos; pero son muchas las madres que aseguran que han tenido la necesidad de comer algo determinado durante el embarazo. No puede ser que todas se alíen para hacer la vida imposible a la pareja. Y no, no es así: la ciencia les apoya. La razón es la siguiente: la mucosa del olfato y del gusto de las embarazadas se modifica, por eso sienten mucho más los olores y los sabores; por consiguiente, saborean más los alimentos, y, más aún, los que les gustan especialmente.
El jefe de ginecología y obstetricia del Hospital Sant Joan de Déu, Josep Maria Lailla, lo explica en términos científicos: “Los niveles hormonales de la gonadotrofina coriónica humana (HGC) producen una impregnación de las mucosas (olfato y gusto, básicamente) que modifica los olores, los gustos y los sabores de las embarazadas. Por ello, encuentran más agradables unos alimentos, y otros, no”. Ahora bien, lo que la ciencia no ha asegurado nunca es que aquel alimento que la embarazada ingiere caprichosamente acabe convirtiéndose en el preferido de la criatura. Aquí, la ciencia ya no les da coartada; por tanto, lo que hay son casos prácticos, que son eso, casos concretos. Yolanda Contreras es uno de ellos. A ella no le gusta el pepino, pero durante el embarazo de su primer hijo, Jaume, lo comió. Sí, y mucho. Ahora a Jaume le gusta, pero a ella no, porque, de hecho, no le había gustado nunca.
A la hora de explicar deseos, las madres dan muchos detalles. Núria Parés se sintió atraída por las patatas -fritas, hervidas, de churrero-; le gustaban todas las variedades; también comía pasta, mucha pasta, y dulces. En cambio, el café le daba asco, ni siquiera le gustaba su olor. En total, se llegó a engordar 16 kilos. Su segundo embarazo ya fue diferente: se cuidó mucho, y se dio cuenta de que necesitaba comer mucho y a menudo, y comía fruta entre horas. Se acabó engordando lo que tocaba, y se encontró mucho mejor. El café tampoco lo probó, aunque a ella, en realidad, le encanta.
Cecilia Lorenzo explica que durante el embarazo de Marcel tenía fijación por el limón. “Lo quería todo de limón: helado de limón, refresco de limón, yogur de limón, incluso jabón del cuerpo de limón“. Era un deseo. Sin embargo, cuidaba mucho la alimentación, hasta el punto de que, después de tener la criatura, estaba más delgada que antes de tenerla. En este punto, el doctor Josep Maria Lailla remarca que los gustos extremos, como el ácido, el salado o el amargo, son poco recomendables para las embarazadas, que tienen un PH gástrico más alto, y si aumentan la ingesta de estos alimentos, pueden tener malas digestiones. Pero, claro, esto no tiene que pasar siempre, porque Cecilia no podía vivir sin limón.