¿Recuerdas el día en que abriste la nevera y no encontraste más que un triste tomate y una zanahoria? ¿Y de lo fácilmente que caíste en la tentación de coger el teléfono y llamar al tele-x de turno? Vivimos en un presente en el que la tele-comida está a un tele-clic y un tele-segundo de distancia, y, admitámoslo, el mundo gira tan rápido que la norma viene siendo, cada vez más, que la cuestión de la alimentación saludable quede a la altura del betún en nuestra escala de prioridades. Y no hablo solo de la tele-comida, también meto en el saco a los preparados, procesados, etc., todo lo que implique reducir el tiempo que pasamos en la cocina a medio minuto, o minuto y medio como mucho.
Con la maternidad, surgen nuevas inquietudes
Para mí, la revelación vino con el nacimiento de mi hijo, más concretamente cuando llegado el momento, a los seis meses aproximadamente, tocó introducir alimentos sólidos en su dieta. Y es ahí cuando te das cuenta que te faltan herramientas -recetas, ideas, ¡alimentos de calidad!- porque obviamente no le vas a dar a tu bebé un trozo de pizza, por casera que sea, o un plato de pasta, por sabrosa que te haya quedado la salsa carbonara. Así que empiezas a replantearte tu nevera, y después tu dieta, y después los alimentos que compras, y dónde los compras, y casi sin pensarlo te das cuenta que estás rememorando tu infancia, la comida casera que guisaba tu padre, la rutina de los sábados al mercado del barrio, la dieta semanal que incluía un día de legumbres y tortilla de patata, un día de pescado, un día de carne o pollo, mucha verdura y fruta, pero que también dejaba hueco para el día de pasta y croquetas. Y todo esto, de nuevo, te hace cuestionar, realmente cuestionar, la manera en la que el fastlife, o fastworld, ha abierto la puerta al fastfood, no solo la puerta sino el portón; y piensas en lo poco que cuesta abrir una vía alternativa, que no es algo innovador sino más bien lo contrario, un retorno a lo de antes, a lo conocido, a los guisos de la abuela con el pollo de corral y las verduras de temporada del huerto.
Mi amiga y compañera de proyecto, Isabel, rememora su infancia con una sonrisa recordando cómo le fastidiaba que en su casa no se consumiese bollería industrial. Las meriendas eran a base de bocadillos con pan de panadería acompañados de leche fresca comprada a diario. Los dulces y repostería estaban reservados para fines de semana ocasionales y para fiestas como la Navidad, Semana Santa o el Día de Todos los Santos, y todo se elaboraba en casa con recetas heredadas de las abuelas. Le fastidiaba que no la permitiesen tomar el donut de turno sí, pero ahora se da cuenta de lo mucho que agradece la alimentación saludable que reinaba en su casa. Isa tuvo el momento revelación cuando despegó del nido familiar, en Córdoba, para venir a estudiar y trabajar a Barcelona. Fue entonces cuándo vio por primera vez tiendas enteras destinadas a productos de alimentación preparados y listos para recalentar y consumir en el acto. Me cuenta cómo le sorprendió, ya que en Córdoba la gente sacaba un rato para ir a comer a casa, aunque fuera para comer los restos de la cena del día anterior. Además, fue durante la larga enfermedad de su padre que realmente se dio cuenta de la importancia que tiene mantener una dieta equilibrada; la buena alimentación que había mantenido su padre toda la vida influyó enormemente en el proceso de la enfermedad.
Una Colmena multicultural para todos
Y así fue como un día, hablando de estas cuestiones, Isa y yo decidimos lanzarnos a la aventura y comenzamos a imaginar un proyecto en el que pudiésemos influir positivamente sobre las tendencias de consumo y alimentación de nuestra sociedad, una sociedad cada vez más rápida y cada vez menos saludable. La oportunidad nos llegó de la mano de ¡La Colmena Que Dice Sí!, una iniciativa de consumo responsable que se apoya en el contacto directo entre el productor local y el consumidor como mecanismo para establecer comunidades de consumo donde no sólo se produce un intercambio de productos sino que además se establecen vínculos entre sus miembros. Inmediatamente nos enganchó la idea, y desde el mes de mayo somos las Responsables de La Colmena Born, una comunidad formada por más de una veintena de productores locales y casi un millar de vecinos del barrio, algunos de los cuales son extranjeros al tratarse de un barrio bastante internacional y multicultural. La Colmena tiene lugar en el “Espai Mescladís”, un proyecto muy arrelado al barrio que aúna diferentes culturas con la cocina como pretexto.
Durante los pasados meses nos hemos dedicado a hacer mucha labor de comunicación y sobre todo nos hemos volcado en el establecimiento de vínculos con nuestra red de productores y consumidores, muchos de los cuales son fieles y repiten semana tras semana. Isa trabaja a tiempo completo y compagina su trabajo con el proyecto de la Colmena dedicando ratitos por las mañanas y por las noches. El miércoles, con el día de la distribución en La Colmena, le toca correr la media maratón para llegar a tiempo y hacer los preparativos necesarios para recibir a productores y organizar los pedidos de los consumidores. Y en cuanto a mí, hasta ahora he podido ir compaginando mis labores de mamá a tiempo completo con las demandas del proyecto, aunque en más de una ocasión me haya fallado la canguro y no haya tenido más remedio que traer a mi hijo a la distribución semanal. Eso sí, él encantado catando las diferentes frutas recién traídas del huerto.
Isa y yo continuaremos a cargo de La Colmena Born y seguiremos imaginando proyectos que contribuyan a cambiar los hábitos de consumo y de alimentación de nuestra sociedad. Y nos gustaría pensar que el mensaje va calando, o al menos que ya lo ha hecho en nuestros propios hogares, porque aunque las pizzas caseras y las salsas carbonaras siguen teniendo cabida, raro es el día en que abrimos la nevera para encontrar sólo un triste tomate y una zanahoria.
Blanca Thiebaut Lovelace
Isabel Prieto Zafra
La Colmena Born, ¡La Colmena Que Dice Sí!