Hacer una promesa empresarial a los consumidores principales no es papel mojado. Hacer la misma promesa a lo largo de una década puede suponer una sentencia de muerte si se demuestra que es una farsa. Este es el pitote que agrieta los cimientos de JBS, la productora de carne más grande del mundo, que no es capaz de garantizar que nunca ha comprado ganado en las explotaciones implicadas en la deforestación ilegal de la Amazonia.
Irónicamente, que el blanqueo de ganado acabe siendo el detonante del desahucio de esta empresa tan poderosa salpicada por el fraude endémico quedará como una mancha en nuestro historial como consumidores. Por culpabilidad o por pereza, no hemos querido desenmascarar la mano que nos daba de comer a un precio más bajo, y hemos preferido escribir un mensaje a favor del Amazonas en nuestro muro de Facebook mientras un trozo de carne fraca (carne débil, en portugués) que no podíamos tragar se nos hacía bola.
Si se prueban los hechos, haremos bien dejando caer al gigante de la carne. Y que el batacazo sea tan violento que el estruendo se escuche por doquier. Primero fue Monsanto quien quiso “alimentar el mundo”, y nos regaló para la posteridad el glifosato, el herbicida más utilizado a nivel mundial. Y ahora es el turno de JBS, que, para producir carne sin parar, deja cenizas y tierra estéril por donde pasa. Ambas empresas han pecado de lo mismo: vendernos la moto de querer alimentar el mundo. Y cualquier empresa que tenga este objetivo megalómano debería generar más miedo que esperanza.
No es casualidad que el nuevo mantra de las empresas de alimentación haya mutado ligeramente de piel. De la idea grandilocuente del feed the world hemos pasado a la urgencia por alimentar al mundo antes de que el mundo se acabe. “¿Cómo alimentaremos a 9.100 millones de personas en 2050?”, Se preguntan con segundas ciertos empresarios conocedores de la respuesta. Con sus productos, claro. Así, alimentando el mundo, de paso alimentaremos su avaricia.
Porque ya no basta con llenarse la boca diciendo que la comida es política. Ahora hay que posicionarse y especificar a qué tipo de política nos estamos refiriendo. Alimentar el mundo es política, pero es tiranía alimentaria. Aspectos como la falta de transparencia o la destrucción del ecosistema deberían ser motivo suficiente para excluir cualquier compañía de la lista de los que permitimos que nos nutran.
El enemigo conoce el sistema tan bien que los nuevos tiburones del segundo milenio han aprovechado el cebo lanzado por la FAO para rociarlo de veneno, pervertirlo y prenderle fuego. La única salida de este callejón implica dejar de pensar que podemos alimentar el mundo y comenzar a alimentar mejor a nuestra comunidad. Que bastante trabajo pendiente tenemos unos y otros. Es cierto que el mundo no puede esperar, pero que no nos engañen con cuentos chinos. Ya me diréis quién puede alimentar las bocas de todo el mundo sin llenar su plato con la ración más generosa.