¡La enhorabuena a todos los niños y niñas que forman parte del saco exclusivo de familias de alto poder adquisitivo! Oficialmente han dejado de formar parte del grupo de riesgo de los afectados por la alergia alimentaria más común (y mortal) entre niños y adolescentes de cuatro a diecisiete años de Estados Unidos: la alergia al cacahuete.
La buena noticia es que el primer tratamiento contra las alergias al cacahuete está a punto de llegar al mercado y mejorará la calidad de vida, aproximadamente, de tres millones de estadounidenses afectados por este mal. Hacía tiempo que se aplicaban pequeñas dosis para inducir la tolerancia a las picaduras de abeja o ciertas alergias como el polen, pero tragar un alérgeno para generar tolerancia es algo nuevo y revolucionario. La mala noticia, como casi siempre, es que quedará al alcance de unos pocos privilegiados.
Según el consejero delegado del laboratorio Aimmune Therapeutics Inc., que tiene la patente mundial del fármaco, “la aprobación es un momento definitorio que puede dar paso a una nueva era en el tratamiento de la alergia al cacahuete y, a largo plazo, para tratar las alergias alimentarias en general”. Lo que omite este empresario tan entusiasta es que quien no tenga la cartera bien repleta de billetes seguirá teniendo sudores fríos cada vez que muerda algo que pueda tener el fruto seco escondido.
Y es que el coste de adquisición al por mayor del fármaco, llamado Palforzia, será de 890 dólares al mes, independientemente de la fase de dosificación del paciente. Esto sin sumar lo que cuestan las doce visitas médicas durante los primeros seis meses. Si funciona a pleno rendimiento, los cacahuetes serán solo la primera piedra del camino, porque después vendrá poner fin al resto de alergias alimentarias.
Pero si algo es cierto, en esta primera fase de muchas preguntas y pocas respuestas, es que los afectados que dejen de tomar la dosis diaria quedarán desprotegidos. Es esta dependencia lo que ha provocado que las previsiones de mercado sean más que optimistas, hasta el punto de indicar que la venta del fármaco puede alcanzar fácilmente los mil millones de dólares en 2024. Y esto solo es el principio.
Si nos paramos a pensar detenidamente en ello, ¿hay un público objetivo mejor para un producto nuevo que unos padres desesperados que quieren que su hijo no tenga pánico a comer fuera de casa? La respuesta importa más bien poco a la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos (FDA), que, con su decisión incomprensible de aceptar un precio desorbitado, ha dejado fuera de un plumazo a muchas –demasiadas– familias norteamericanas o de cualquier procedencia.
No sé si entramos en “una nueva era para solucionar las alergias alimentarias”, lo que sí parece es que estamos entrando en una era en la que la cura de las alergias alimentarias puede segregar peligrosamente a los niños ricos de los pobres. Hoy es el cacahuete, el que, desgraciadamente, hace de indicador natural de los que pueden en contraposición a los que quieren, pero no pueden. Mañana quizá sea el huevo, la leche, el pescado, el marisco u otros frutos secos.
Si no mejoramos el sistema de especulación farmacéutica, que busca recuperar en el menor tiempo posible los costes de la formulación del fármaco, la gran victoria de la ciencia para vencer una de las alergias alimentarias más mortales puede terminar siendo una derrota histórica como sociedad. Dime qué alergia alimentaria tienes y te diré a qué clase social perteneces.