Esta misma mañana, una periodista radiofónica me decía: “No lo puedo aguantar, tengo una angustia enorme y se me rompe el corazón. No sé qué podemos hacer.” No se refería a la pandemia: acababa de emitir un programa sobre el drama de las personas migrantes. Su “qué podemos hacer” es extremadamente importante, pero aún más “qué podemos dejar de hacer”. Y aunque hable en plural, me refiero a las administraciones públicas.

Acuerdo pesquero Senegal

Justo cuando los puertos de Canarias están repletos y hacinados de personas rescatadas de pateras, justo cuando la morgue llamada Mediterráneo pone el cartel de completo, justo en este mismo momento, leo que la Unión Europea aprueba el protocolo pesquero por el cual se mantiene su acuerdo pesquero con Senegal, que dará acceso a las aguas del país africano durante cinco años más.

Progresivamente, desde 1979 hasta ahora, este tratado es la fórmula legal que permite –y creo que hay que ser asertivo– robar los recursos pesqueros que eran sustento para una parte muy importante de la población local. Miles y miles de familias pesqueras, justamente gracias a esas pateras, tenían en el mar su sustento diario que ahora solo pueden buscar a miles de kilómetros de sus costas.

En concreto, el nuevo acuerdo permite que un total de 28 atuneros cerqueros congeladores, diez cañeros y cinco palangreros de España, Portugal y Francia puedan pescar hasta 10.000 toneladas al año de atún. Junto con dos arrastreros españoles que también podrán realizar capturas de hasta 1.750 toneladas de merluza negra anuales. La contribución o chantaje –para dejarme de eufemismos– que la UE pagará a Senegal ascenderá a 1,7 millones de euros al año. ¿Cuántas personas pueden alimentarse con 12 mil toneladas de atún y merluza? ¿Cuántos medios de vida han sido anulados a cambio de unos fondos que vete tú a saber dónde se quedan?

Y no solo atún y merluza. Resulta que estos barcos “sin querer” también capturan mucha pota y, dado que este cefalópodo no está incluido en el acuerdo como especie objetivo, se ven obligados a descartarlo por la borda. La solución que plantea el sector pesquero español es obvia: “Que incluyan la pota como especie objetivo”. Ya que se paga, ¿verdad?, qué mejor que tener acceso a todo.

Ahora que sabemos tanto de epidemiología, en esta nueva y dramática oleada migratoria, vuelvo a detectar que ignoramos el origen de la enfermedad: la avaricia de un sistema capitalista que, por hacerse con bienes cada vez más preciados, llega a cualquier extremo. Detrás de la pesca, la ruina de miles de familias africanas. Detrás de los fosfatos, un mineral muy escaso, pero de uso corriente como fertilizante para la agricultura industrial, la complicidad con Marruecos frente a su ocupación del Sáhara Occidental.

Gustavo Duch
Gustavo Duch

Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. Autor de libros como Lo que hay que tragar, Alimentos bajo sospecha, Sin lavarse las manos y Mucha gente pequeña.

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