Cuando pensamos en nutrición, es muy probable que nos vengan a la cabeza los alimentos que ingerimos, dietas y recetas. Si, además, somos conscientes de que es muy importante para la salud que sean de calidad y la forma en que los cocinamos, vigilaremos mucho más a la hora de seleccionarlos y prepararlos.

Nutrirnos, pero, va más allá. No podemos obviar ni olvidar que somos más que un cuerpo, que tenemos una mente, emociones y una vertiente espiritual que lo engloba todo. Muchos de los alimentos que compramos ya inciden en todo esto, porque no son aspectos desligados entre sí. Por eso sabemos que una buena alimentación saludable tiene repercusiones directas en las emociones, por ejemplo.

Tener una mente equilibrada y sana es fundamental para poder planificar, organizar y crear el estilo de vida que queremos. De todos modos, si la tenemos saturada de pensamientos que nos llevan continuamente al pasado y al futuro, es decir, a espacios y tiempos inexistentes y proyectamos emociones que no nos aportan nada positivo, el cuerpo percibe una amenaza. Cuando esto ocurre, segregamos cortisol y adrenalina, un potente cóctel que nos hace estar alerta y en tensión. Como la mayoría de nosotros vive en ciudad, con ruidos, un ritmo de vida frenético, niveles de contaminación demasiado elevados, demasiadas obligaciones y muchas tareas por hacer, los niveles de cortisol y adrenalina no suelen bajar, ya que el inconsciente percibe el entorno como una amenaza. Esto hace que vivamos de una forma que tiene repercusiones negativas en el cuerpo, la mente, las emociones y el alma.

Como la mayoría de nosotros vive con demasiadas obligaciones y muchas tareas por hacer, los niveles de cortisol y adrenalina no suelen bajar, ya que el inconsciente percibe el entorno como una amenaza.

Necesitamos unos hábitos nutricionales que tengan en cuenta todas estas vertientes del cuerpo, y la naturaleza es una fuente nutritiva en muchos sentidos: nos procura muchos recursos para tener una vida plena y de calidad. Es un ingrediente para aprender a alimentar el interior.

El silencio y la naturaleza

Otro de estos ingredientes es el silencio, que tiene un efecto muy positivo y directo para la mente. La práctica de mindfulness o atención plena –es decir, la técnica para aprender a crear silencio interior–, aporta muchos beneficios saludables. Hacerlo veinte minutos cada día, aproximadamente, ayuda a reducir los niveles de adrenalina y cortisol, lo que aporta cambios psicológicos, como la reducción del neuroticismo –la reacción al estrés y a las emociones difíciles. Además, un estudio dirigido por Clifford Saron, de la Universidad de California, ha mostrado como los niveles de la enzima antienvejecimiento telomerasa es un 30% superior en la gente que medita habitualmente. El gran enemigo de la mente son los ruidos de los pensamientos: un tumulto que no nos deja espacio para sentir ni disfrutar el presente. Combinar la atención plena con la naturaleza es, como veremos ahora, una propuesta para alimentar nuestro interior y conseguir un bienestar integral.

Los grandes enemigos de la mente son el ruido y los pensamientos

Cuando paseamos despreocupados por el bosque o por un camino de ronda cerca del mar, somos objeto de un montón de sensaciones. Cuando caminamos y levantamos polvo de tierra, nos llegan unas bacterias muy comunes e inocuas llamadas Mycobacterium vaccae. Estudios realizados con esta bacteria, como por ejemplo los de la doctora Mary O’Brien, oncóloga del Royal Marsden Hospital de Londres, demuestran que las personas que están expuestas a ellas tienen una actitud mucho más positiva, un nivel de energía más alto y un funcionamiento cognitivo mejor. También han descubierto que las neuronas que se activan en estos casos son las asociadas con el sistema inmunitario. Como podemos ver, el contacto con la tierra cuando trabajamos el jardín, un huerto o estamos en la naturaleza es también un alimento importante que debemos tener en cuenta. El olor a tierra mojada o a huesos de aceitunas secas al pie de un olivar son una buena fuente.

Un olor también muy importante es el de los árboles, que desprenden unos aceites naturales llamados fitoncidas que les sirven para defenderse y comunicarse. En verano, la concentración de estos aceites en la atmósfera es más alta, ya que la temperatura es la ideal –unos 30 ºC– para que estas sustancias volátiles nos lleguen con más facilidad. Hay diferentes tipos de fitoncidas; cada árbol tiene los suyos. Los mayores productores de fitoncidas son los árboles de hoja perenne, como los pinos, los cedros, abetos y otras coníferas.

Los pioneros a la hora de hacer estudios sobre los efectos de los fitoncidas son los japoneses. En la década de los ochenta, cuando se empezaron a implantar los baños de bosque o shinra-yoku en Japón, se vio que las personas que hacían este tipo de actividad se sentían muy bien, e incluso que algunas enfermedades remitían. Así, el Gobierno japonés, desde entonces, ha invertido millones de dólares para estudiar esta práctica. Muchas universidad y centros privados –y no solo japoneses, ya que los EEUU también se apuntaron varios años después–, han demostrado que estos fitoncidas ayudan a aumentar significativamente el recuento de células NK –Natural Killers, tipo de glóbulos blancos que pueden atacar y matar células infectadas de virus o tumorales–, potencian la actividad de proteínas anticancerígenas –como la de la granulisina, que aumenta un 45%–, reducen los niveles de hormonas del estrés, aumentan las horas de sueño, reducen los marcadores de tensión, de ansiedad y de cansancio, rebajan la tensión arterial y la frecuencia cardíaca, equilibran el sistema nervioso –ya que reducen la actividad del sistema simpático y aumentan la del sistema parasimpático. Todos estos efectos repercuten en nuestro bienestar; por tanto, no es de extrañar que esta práctica, la de los baños de bosque, se vaya extendiendo por todo el mundo.

Servirse del mindfulness para oler con conciencia es una buena combinación para una excursión a la naturaleza, y enseñar esto a los más pequeños puede convertirse en una actividad divertida que les será muy provechosa cuando sean mayores. Ya hemos visto que el hábito silenciar los pensamientos es necesario para gestionar el día a día y, si lo aprendemos de pequeños, nos será más sencillo cuando lo necesitemos. Oler y sentir puede ser un buen ejercicio de atención plena, que, como hemos visto, nos afecta positivamente en todos los aspectos.

Oler y sentir puede ser un buen ejercicio de atención plena

¿Habéis intentado alguna vez taparos los ojos en un bosque y andar siguiendo los sonidos, los olores y otras sensaciones que ni sabíais que teníais? Os animo a hacerlo, ya que esta experiencia es una fuente de autoconocimiento muy interesante y profunda. Os recomendamos que no lo hagáis solos y que vayáis con alguien que controle que no os hagáis daño. Cerrad los ojos y quedaros quietos, sentados, respirando lentamente y apoyados en un árbol. Soltad todos los pensamientos; ahora no los necesitáis. Cuando os notéis el cuerpo y la cabeza más relajados, levantaos y moveros, guiados por los sentidos y muy lentamente. Podéis comenzar a gatas, tocando todo lo que os rodea: piedras, hojas, plantas, tierra… Solo tenéis que fijaros en lo que sentís con cada cosa, con la concentración puesta en estas sensaciones, sin juzgar ni esperar nada, solo viviéndolas. Si os atrevéis, os podéis poner de pie; aunque no es necesario. Aparte de relajaros mucho, ahora ya seréis conscientes de todo lo que estáis oliendo y del efecto que tiene en vosotros.

Edgar Tarrés
Edgar Tarrés

Creador de experiencias “mindful travel”

    @edgar.mindfulkit