Dr. Francesco Borella
El insomnio se define como dificultad para iniciar o mantener el sueño y puede manifestarse como dificultad para conciliar el sueño (insomnio inicial), despertarse frecuentemente durante la noche o despertarse muy temprano por la mañana, antes de lo planeado (insomnio terminal).
Las causas del insomnio son múltiples, variadas y a veces intricadas.
La más habitual es un desarreglo de los neurotransmisores (NT), hormonas y mensajeros neurocerebrales, formados en el intestino a partir de precursores alimentarios, los aminoácidos tirosina, glutamato y triptófano, entre otros.
De eso se puede deducir que cualquier trastorno digestivo crónico puede ser causa de problemas anímicos y psicológicos, como la ansiedad, la depresión, la hiperactividad y por supuesto el insomnio.
En efecto, por relación somatopsíquica, al igual y más todavía que la vía psicosomática, a través del sistema nervioso entérico (intestinal), toda disbiosis (inflamación intestinal) con su modificación patológica de la microbiota (la mal llamada flora intestinal, pues son bacterias vivas las que constituyen la fauna del ecosistema digestivo), puede ser causa de hiperpermeabilidad intestinal (el intestino “colador”), de carencias nutricionales, de endotoxinemia (paso transmembranario de toxinas en la circulación sanguínea) y de alteración de la síntesis de los neurotransmisores.
Todo lo anterior puede alterar la función neurocerebral, hasta tal punto que se suele considerar el intestino como el segundo cerebro.
Cuando el intestino es hiperpermeable, todo el material patógeno y tóxico absorbido, por vía sanguínea enterohepática, termina pasando por el hígado, y le exige un intenso trabajo de detoxificación que frena sus múltiples funciones nobles (metabolismo de los azúcares, las grasas y las proteínas, síntesis de las hormonas a partir del colesterol, de las citoquinas inmunológicas, etc.). Ese cansancio hepático también puede ser causa de fatiga e insomnio, entre otros síntomas de “hepatismo”.
Otra causa frecuente de mal sueño es una mala alimentación con sus inevitables excesos o carencias en minerales, vitaminas y precursores de NT. Una dieta pobre en proteínas puede acarrear deficiencias en tirosina, fenilalanina, triptófano, colina, glutamato, GABA, entre otros nutrientes esenciales, lo que facilita la aparición de alteraciones del sueño.
El déficit de magnesio está muy generalizado entre la población, y se manifiesta en forma de hiperexcitabilidad neuromuscular, nerviosismo, irritabilidad, temblores, palpitaciones, y por supuesto problemas de sueño. Su función, entre muchas otras, es facilitar la liberación de los NT en las sinapsis cerebrales.
Las vitaminas del grupo B (especialmente B3, B6, B9 y B12) son esenciales para una buena función neurocerebral y todos los procesos epigenéticos.
El consumo de sustancias excitantes también puede ser causa de trastorno del sueño (café, té, alcohol, bebidas gaseosas con cola, cafeína, taurina, etc., tabaco y drogas varias…).
El estrés es otro factor causante muy importante, pues por los desarreglos hormonales y neurotransmisores que provoca lleva a padecer serios trastornos del sueño, los cuales, por retroacción, empeoran el estado de estrés…, que puede ser temporal o crónico por causas varias, profesionales, económicas, familiares, relacionales, sexuales, etc. También puede tratarse de estrés postraumático o postoperatorio con dolores, entre otros.
Los hábitos irregulares de vigilia y sueño tienen su importancia en la génesis del insomnio. Asimismo, hay que tener en cuenta la influencia del entorno y de todas las fuentes de contaminación a las cuales estamos sometidos, en particular la luz y el ruido.
Habría que hablar de la contaminación ambiental del aire y del agua, de los pesticidas y los abonos de la agricultura intensiva y genéticamente modificada, de los incontables aditivos encontrados en los alimentos, por ejemplo
Una de las influencias más nocivas es sin duda la contaminación electromagnética. Ya tenemos que contar con la mala influencia sobre la salud de posibles geopatías –por la situación de nuestra casa, dormitorio, orientación de la cama–, por presencia de aguas subterráneas, de grietas y líneas telúricas. Si a eso se le añaden las radiaciones electromagnéticas del sistema eléctrico, de las ondas radio, de los teléfonos inalámbricos y los móviles, de todas las pantallas que tenemos en casa (televisión, ordenadores y tabletas) y de un entorno de módems que nos bombardean día y noche, ya podemos entender el alcance de esos campos electromagnéticos en nuestra vida cotidiana. Y, además de poder enfermarnos gravemente, hasta con cánceres, lo primero que se suele notar es cansancio, nerviosismo y por supuesto trastornos del sueño.
Además, no hay que olvidar que las alteraciones del sueño, cuando perduran y se hacen crónicas, acarrean múltiples problemas de salud física y mental. Todo nuestro sistema puede llegar a desarreglarse, nuestras hormonas se alteran, así como nuestro sistema inmunitario; nos volvemos más vulnerables a las infecciones y más propensos a las alergias. A nivel mental y psicológico, notaremos somnolencia diurna, falta de atención y de memoria, irritabilidad, nerviosismo, agresividad, depresión y merma de la libido…
Teniendo en cuenta, por un lado, que las necesidades de sueño son muy individuales, cada uno tiene que saber cuántas horas de descanso necesita, para que su sueño sea suficiente y reparador. Por otro lado, sabemos que no podemos compensar una deuda de sueño, o sea que si no dormimos lo suficiente entre semana, no podremos recuperar la falta de descanso durante el fin de semana.
Si queremos llegar a solucionar este problema, tenemos que revisar nuestros hábitos cotidianos, nuestro entorno y en particular nuestro hogar y nuestro dormitorio, y eliminar todas las interferencias electromagnéticas posibles. Es una buena opción instalar un interruptor general de corriente en el cuarto de dormir.
La importancia de la dieta es fundamental; con ella, podemos compensar deficiencias y excesos, de manera micronutricional, y consumir, si caben, complementos ortomoleculares (vitaminas, minerales, oligoelementos, aminoácidos precursores de NT, etc.).
Podemos también además beneficiarnos del comprobado efecto de la fitoterapia, ya que hay plantas que, de manera científicamente demostrada, tienen un efecto armonizador, adaptógeno, relajante y soporífico. Notemos por ejemplo la melisa (como en el agua del Carmen de las monjas), la pasiflora, el espino blanco, la valeriana, la amapola de California, la flor de azahar, la tila, etc.
Si queremos entender cómo se desarregla la arquitectura del sueño, tenemos que hacer un breve repaso de la función de los neurotransmisores. Algunos son estimulantes: las catecolaminas, por ejemplo (dopamina, noradrenalina y adrenalina) y el glutamato (el que más despierta); otros son tranquilizantes: sosiegan, relajan y facilitan el sueño, como el GABA (ácido gammaaminobutírico, el tranquilizante más potente) y la serotonina, que cumple con muchas otras funciones neurocerebrales, y media en caso de deficiencia en las adicciones, las compulsiones, el apetito, etc.
Del sutil equilibrio de todos estos actores neuromediadores y de toda deficiencia o exceso de uno u otro de ellos depende la calidad de nuestro sueño.
Teniendo en cuenta que la melatonina es la hormona del sueño, cuyo precursor es justamente la serotonina, su disminuida producción –por la razón que sea: jet lag, trabajo nocturno, horarios caprichosos, exceso de luz azul (¡pantallas!) por la noche o carencia del precursor– produce una alteración del sueño y de su arquitectura en fases muy precisas (sueño ligero, profundo y fase de ensoñación, llamada sueño REM).
La consecuencia nefasta de ese desarreglo va más allá del cansancio diurno o de la irritabilidad, puesto que la melatonina regula todos nuestros biorritmos, además de ser un potente antioxidante, un agente inmunoestimulante y probablemente un protector contra las enfermedades degenerativas.
En la estrategia de corrección de un insomnio, habrá que tener en cuenta todos esos factores (habituales, nutricionales, ambientales, fitoterapéuticos, relacionales y psicológicos), además de integrar un trabajo de gestión de nuestro estado de estrés, con terapia emocional, deporte, relajación, yoga, taichí, meditación, etc.
Dr. Francesco Borella