El curso escolar representa un esfuerzo tanto para padres como para hijos, que pasan muchas horas en las aulas –un espacio cerrado– y, además, están en contacto continuo con otros compañeros. Esto –junto con los cambios bruscos de temperatura del otoño-invierno, que favorecen el contagio de gérmenes y la aparición de virus e infecciones como resfriados y gripes– representa todo un desafío para su sistema inmunitario.
En este sentido, la preocupación de las familias no es solo estar pendientes de que los más pequeños tengan todo lo que necesitan para el nuevo curso, sino que no se pongan malos y puedan disfrutar de la energía necesaria para desarrollarse física y emocionalmente y rendir bien a nivel académico.
Microbiota y vitamina D
En todo esto es fundamental la salud intestinal. Hoy día se sabe que las bacterias que pueblan el intestino –también conocidas como microbiota– realizan una variedad de funciones útiles para sus huéspedes, como producir péptidos antimicrobianos, fabricar vitaminas, ácidos grasos de cadena corta, descomponer la fibra dietética y fabricar más del 80% de los neurotransmisores del cerebro. Además, las bacterias regulan los niveles de vitamina A activa en el intestino, lo que protege a la microbiota de una respuesta inmune hiperactiva, causante de las enfermedades autoinmunes, tan extendidas hoy en día.
Por lo tanto, tener un intestino sano con la comunidad de bacterias equilibrada repercutirá óptimamente en el sistema inmunitario, en la conducta y en el estado de ánimo.
Por otro lado, cabe destacar lo importante que es tener unos niveles adecuados de vitamina D, que está directamente relacionada con el desarrollo de los músculos y el sistema inmunitario, y que también ayuda a mantener el equilibrio de la microbiota intestinal. La deficiencia de vitamina D disminuye la producción de defensinas, moléculas antimicrobianas esenciales para mantener la flora intestinal saludable.
Consejos para reforzar el sistema inmune
Es importante resaltar que todas las respuestas del sistema inmunitario piden varios nutrientes y, principalmente, energía del metabolismo. A la hora de ayudar a los más pequeños hay que tener presente:
- No dar antibióticos si no es necesario; cuando lo sea, siempre pautados. Los antibióticos son una amenaza para el equilibrio de la microbiota intestinal, dado que, a pesar de que eliminan las bacterias patógenas responsables del cuadro infeccioso, como efecto secundario también provocan cambios en las comunidades microbianas que benefician al intestino.
- Ir con cuidado con otros medicamentos. Un estudio reciente publicado en la revista científica Nature ha encontrado que el uso habitual de medicamentos como el omeprazol, antihistamínicos, analgésicos y antipsicóticos puede afectar al microbioma.
- Cuidar la alimentación.Es bueno incluir más alimentos de origen vegetal que nutran a las bacterias beneficiosas del intestino. No hay que olvidarse de incorporar frecuentemente alimentos como cereales integrales, legumbres, frutos secos, tubérculos, hortalizas y frutas. Todos son alimentos prebióticos porque también sirven de alimento a las bacterias buenas. Así mismo, es muy interesante tener presentes alimentos altos en vitamina D, como el pescado azul, las setas, el hígado de conejo y la ternera, los huevos y los yogures.
Tampoco debemos descuidar la importancia de los ácidos grasos esenciales omega-3, que, junto con la vitamina D, son fundamentales para mejorar la función cognitiva. - Repoblar la colonia de bacterias intestinales beneficiosas. Lo podemos hacer mediante alimentos probióticos, sembrando nosotros mismos las bacterias con alimentos fermentados como yogur, kéfir, chucrut, algunos derivados de la soja (miso, tempeh) o té kombucha, entro otros. Sin embargo, para asegurarnos de que las bacterias que tomamos lleguen en condiciones adecuadas al intestino grueso –que es donde se encontrarán con sus otras compañeras y actuarán–, es mejor tomarlas en forma de complementos alimenticios con probióticos.
Se comercializan en formatos diferentes, pero hay que tener presente la importancia de la idoneidad y la calidad del producto: no todos sirven de igual manera. Debemos asegurarnos de que cumplan unas garantías de calidad mínimas, como que todas las cepas bacterianas utilizadas sean humanas, que sean adecuadas según el rango de edad –pues las necesidades no son las mismas para un bebé, un niño o un adolescente– y que la tecnología usada para producir el producto garantice su calidad.
En resumen, suele producirse un desequilibrio en las bacterias intestinales cuando hay trastornos digestivos; también se ha relacionado con enfermedades que, aparentemente, tenían poca relación con el intestino, como la dermatitis atópica, la obesidad, la diabetes tipo 2, el hígado graso no asociado al alcohol e incluso la depresión y el autismo. Por todo ello, es bueno incorporar en la alimentación diaria de toda la familia la máxima variedad de alimentos de origen vegetal. Los probióticos y los alimentos fermentados, por otro lado, son un buen aliado para la salud intestinal en situación de estrés. Y por último, pero no menos importante, no hay que olvidarse de los ácidos grasos esenciales omega-3 y d