A raíz del tsunami de Fukushima, un grupo de estudiantes del MIT se desplazó a la zona para estudiar sobre el terreno cómo responder a situaciones catastróficas. El caos era general y la agricultura no era menos: “sin agua, sin instalaciones y sin futuro”. Así lo define Caleb Harper, investigador del MIT, que se implicó de lleno en el asunto hasta desarrollar un método de agricultura urbana –MIT CityFARM– que promete revolucionar la industria alimentaria.
Caleb Harper, que a su vez es cofundador del proyecto, me cuenta las raíces de la iniciativa mientras me pasea por las plantas que crecen en un habitáculo de metacrilato con luces de neón algo discotequeras. Pues sí, las plantas crecen. Veo y pruebo tomates, fresas, eneldo, albahaca, mostaza y cilantro. El paladar no engaña y saben como recién cogidas del huerto. Pero…
SCC: ¿… Y no será toxico ni nada de eso, no?
Caleb Harper: “No, no. Para nada. No hay ningún tipo de alteración genética, ni pesticidas, ni fertilizantes. Lo único que hacemos es aplicar técnicas que maximizan el crecimiento de los cultivos. Comemos de aquí cada día. Yo ayer cené una ensalada como ésta. Además, hemos analizado algunas muestras que han revelado que nuestros cultivos tienen el doble de nutrientes que los productos cultivados con métodos tradicionales”.
Los objetivos van madurando y, para Caleb Harper, pasan por “estrechar la relación entre producción y consumo”. “La idea es alimentar a las ciudades del futuro con un sistema más eficiente. Ante la previsión de que un 80% de la humanidad se trasladará a las ciudades en los próximos años, hace falta mejorar la distribución de los alimentos”, explica.
De entrada, el proyecto no puede ser más respetuoso con la energía, o ‘energyfriendly‘, como lo llaman por aquí. CityFARM reduce el consumo de agua en un 98% en comparación con los métodos tradicionales. Tales frutos se recogen gracias a técnicas de cultivo hidropónicas y aeropónicas. En las primeras, el producto crece tres veces más rápido en comparación con la agricultura convencional y en relación al segundo, hasta cuatro veces más rápido.
¿Cómo funciona exactamente?
Como en plena naturaleza, todo parte de la semilla, pero, en este caso, reposa en el fondo de una maceta vacía. A diferencia de los métodos convencionales, CityFARM no usa ningún tipo de abono. La semilla crece a partir del riego de una mezcla de agua, sales minerales y un alumbrado artificial.
Como hemos mencionado, el riego puede ser hidropónico o aeropónico. El método es el mismo, solo que en el primero las raíces de la planta están en contacto permanente con el agua rica en nutrientes. En el segundo caso, las raíces reciben duchas de un spray de agua con la misma mezcla. El resultado es que “el 90% de las plantaciones crece con éxito y mucho más rápido que en la agricultura convencional. que requiere hasta 90 días para cultivar una lechuga. En cambio, aquí, están listas a partir de los 15-20 días”, cuenta el investigador.
Datos y más datos
Una de las claves del proceso es que todo se controla al milímetro. El agua es la misma que circula constantemente por las plantas. De ahí, el ahorro. Lo único que varía es que para cada ciclo se le añaden las sales minerales. Caleb comenta que controlan muchas variables a lo largo del proceso, y eso les da la ventaja de que “si una planta ha crecido mal, tenemos todos los datos recogidos para ver que ha sucedido”.
Los datos se miden en variables como el pH del agua, la conductividad de la misma (para medir las sales minerales), la emisión de CO2 de la planta, la temperatura, la humedad y hasta el nivel de radiación fotosintética (la cantidad de luz artificial que requiere cada planta para crecer).
Caleb asegura que, en un futuro, toda esa base de datos será de acceso libre para fomentar el conocimiento y desarrollo de iniciativas basadas en esta tecnología.
¿Y ahora qué?
La idea es escalar el proceso y esperan poder hacerlo en colaboración con más instituciones o universidades. En este sentido, cabe destacar la visita de Ferran Adrià a este mismo laboratorio con motivo de una de sus últimas visitas a Boston. El cocinero paseó entre las plantas y probó alguna muestra.
El investigador cree que, en los próximos 5 o 10 años, la gente ya podría consumir este tipo de vegetales de manera global. Para ello, hay que detallar mucho más los planes, que pasan por construir plantaciones verticales a lo largo de las fachadas de los edificios más altos de la ciudad. La torre Hancock de Boston espera su turno.
He aquí CityFARM, según sus investigadores (vídeo en inglés)…