“Comer eco es demasiado caro”. ¿Os suena? Si sois lectores habituales de Soycomocomo o, sencillamente, habéis llegado hasta este artículo, posiblemente ya estaréis convencidos de los muchos beneficios que aporta la alimentación ecológica por delante de la convencional. Sin embargo, es posible terminar descartándola por una cuestión puramente económica: comer ecológico os resulta demasiado caro, y más, si en casa sois muchos.
Si bien es cierto que los precios de los productos ecológicos son más elevados (si queréis saber por qué, podéis releer el artículo de la Trinitat Gilbert “¿Por qué cuesta lo que cuesta lo ecológico?” y el de la Jordina Casadamunt “Los productos ecológicos: economía de futuro“), nos podemos tomar esta compra como una inversión de futuro en nuestra salud.
Si nos cuidamos y prestamos atención a lo que comemos, haciendo de la alimentación nuestra medicina, y apostamos por hábitos bien saludables, seguro que tendremos más salud y, en consecuencia, podremos prescindir de algunas visitas a los médicos y de unos cuantos fármacos.
Pero, volvamos al caso….
¿Qué podemos hacer para evitar que comer eco nos resulte demasiado caro?
Los 10 tips que te harán ahorrar comprando eco.
1. Comer de temporada y de proximidad
Esta es la regla de oro, la madre del cordero. Por mucho que nos apetezcan las fresas, los tomates o los calabacines en invierno, no son alimentos de temporada. Si somos lo suficientemente pacientes y respetamos los ritmos naturales de la tierra y comemos en cada época del año lo que la naturaleza nos provee, comeremos más barato (porque habrá mucha más oferta) y los alimentos serán infinitamente más sabrosos.
Si, además, comemos de proximidad, nos podremos ahorrar los gastos de transporte de larga distancia y favoreceremos la producción local.
2. Planificar el menú semanal
Es especialmente importante hacerse una lista de la compra para evitar comprar productos repetidos que ya tenemos en casa, comprar los ojos alimentos que no vamos a usar y que se nos estropearán o bien comprar más productos frescos de la cuenta.
Es importante no ir a comprar con hambre y no caer en la trampa de las ofertas 2×1 que no necesitamos.
3. Comprar poco y a menudo
Hacer la gran compra quincenal es una de las apuestas más seguras hacia el despilfarro. Cuantos más días queramos alcanzar, más posibilidades tenemos de equivocarnos en los cálculos, ya que los productos frescos se dañan a los pocos días y tampoco podemos prever los días que comeremos, improvisadamente, fuera de casa.
Es mejor planificar a pocos días vista y asegurarnos de que tendremos tiempo y capacidad de comernos todo.
4. Comprar en una cooperativa
Hay para todos los gustos y con grados de implicación diferentes, pero todas trabajan para acortar la distancia entre productores y consumidores, y favorecer así las relaciones de confianza. También se puede ir a comprar al mercado o en tiendas de barrio. En todo caso, se recomienda evitar los supermercados y las grandes superficies.
5. Comprar a granel
Los cereales, las legumbres, las semillas, los frutos secos o, incluso, los productos de cosmética o de higiene resultan mucho más baratos si los compramos a peso y sólo en la cantidad necesaria. Así, evitaremos sobras innecesarias además de reducir plásticos y envases.
6. Practicar la cocina de aprovechamiento
Si tiráis las hojas de las zanahorias o la remolacha, ¡alto! Las hojas de las raíces tienen muchas vitaminas, minerales y antioxidantes.
Y cuando hagáis zumos verdes, por ejemplo, tampoco tiréis la pulpa: con un poco de imaginación se puede reutilizar la fibra de las verduras para hacer hamburguesas, croquetas, albóndigas o canapés de reaprovechamiento. ¡Activando el chip del aprovechamiento podemos ser muy eficaces en la cocina!
7. Cultivar plantas en casa
No es necesario tener un trozo de terreno; con un pequeño espacio en el balcón o en la azotea es suficiente para poner macetas y cultivar un pequeño huerto urbano con frutas y verduras ecológicas. También se puede cultivar, por ejemplo, menta, albahaca, estevia, perejil o romero orgánico.
8. Comer más proteína de origen vegetal
Como mínimo, hay que repartir la proteína animal y la vegetal en un 50-50. Si para comer hacemos proteína animal, para cenar que sea vegetal, y si queremos poner en el desayuno, siempre será mejor vegetal. Las lentejas, las azuki, las judías blancas, los guisantes, los garbanzos, la soja y derivados, los pseudocereales como la quinoa, el amaranto o el trigo sarraceno, los frutos secos o las semillas, son buenas fuentes de proteína vegetal.
9. Reducir la compra de procesados
Muchos de los productos procesados que compramos los podemos hacer en casa sin demasiada dificultad. Las bebidas, las hamburguesas o los patés vegetales, las cremas de cacao o de frutos secos, los germinados, el chucrut, las barritas energéticas o las cremas de verduras no son difíciles de hacer y, haciéndolo en casa, se ahorra bastante dinero.
10. Priorizar los alimentos con más acumulación de agrotóxicos
De acuerdo, pero, a pesar de todo, no nos podemos permitir comer todo eco. Si este es vuestro caso, os recomendamos revisar la lista de los alimentos convencionales con más contenidos en pesticidas y, estos sí, comprarlos bio, sobre todo los vegetales de hoja verde, las frutas que se coman con piel (manzana, fresas o uvas) y los productos de origen animal como huevos o carne.
El resto (especialmente los que se pelan sí o sí, como el aguacate, la piña, la castaña, el plátano o el melón), se pueden comer de agricultura convencional, ya que acumulan pocos tóxicos.