La deshidratación de verduras y frutas es la práctica más antigua de preservar los alimentos durante períodos largos. Son alimentos sanos y sencillos que aún hoy día se pueden encontrar secados de la misma forma que se ha hecho desde hace miles de años, al sol.
Originalmente, los alimentos se deshidrataban siempre al sol, y hoy día la mayoría se deshidratan en hornos especiales o deshidratadoras a bajas temperaturas que imitan el efecto del sol y el aire, ya sea de forma industrial o casera. El caso del tomate es muy especial, ya que lo encontraremos, en muchos negocios, deshidratado al sol y, cada vez más a menudo, de certificación ecológica.
Con la deshidratación también preservamos el máximo del valor nutricional de los alimentos, y podemos llenar la despensa con producto local para cuando no haya y aprovechar la cosecha o exceso de producto, cuando es temporada, con frutos más maduros y económicos.
Al deshidratar al sol o a bajas temperaturas, los alimentos mantienen también las enzimas, y los que tienen semillas germinan e incluso pueden hacer planta, flor, fruto y semilla. De todas formas, al perder el agua, los alimentos deshidratados pierden entre un 10%–50% de la vitamina C y entre un 10–20% de la vitamina A (carotenos).
Eso es también cierto para los tomates deshidratados, pero en este caso, el deshidratado hace más disponible su licopeno, un fitonutriente antioxidante de propiedades anticancerosas probadas, especialmente si lo acompañamos de otros alimentos antioxidantes y, sobre todo, preparado con aceites o grasas saludables, como la chía, el aceite de coco y el aceite de oliva, como el de la receta de hoy.
Es cierto que no hay nada como comer un alimento fresco, jugoso y vitalizante con su agua biológica y madurado en la planta… pero, cuando no se puede, la deshidratación o secado al sol es el método más vital y recomendable.
El invierno no es el momento del año en el que encontramos más variedad de fruta, aunque hoy día podemos encontrar la fruta que queramos en cualquier estación, especialmente si vivimos en la ciudad, donde la oferta es inacabable. Son productos que suelen venir de lejos, o no son bastante maduros y sabrosos, o que han pasado demasiado tiempo en cámaras de refrigeración y, en definitiva, no son tan nutritivos como los productos de temporada madurados en planta bajo los rayos del sol, ni tan relevantes para el organismo como lo serían en la estación que les corresponde.
Por otro lado, durante milenios, el ser humano se ha acostumbrado a comer de manera muy diferente a cómo lo hacemos hoy día, y a hacer de las comidas de invierno preparaciones más densas y calóricas que ayudan a pasar bien la época del frío.
En invierno es ideal comer más alimentos densos, ricos en grasas saludables —sobre todo esenciales—, que nos nutran, nos ayuden a mantenernos hidratados, a fortalecer a la piel, a generar calor y, sobre todo, a mejorar la salud.
Éstos son aspectos que tiene perfectamente en cuenta la receta de hoy, que combina grasas esenciales omega-3 y los aminoácidos esenciales de la chía con las grasas en crudo del coco, el aceite de oliva, las vitaminas de la pera y los antioxidantes de la hoja del laurel y la pimienta rosa.
Es una receta muy digestiva, ya que tanto el tomate maduro como el secado al sol y la pera son alimentos neutros que combinan muy bien con el resto de alimentos y son fáciles de digerir. Además, si tenemos frío, las grasas naturales saludables y las hierbas y especies nos ayudarán a generar calor de forma efectiva y natural.
La receta Método de preparación Bon appétit!
Para 4 personas