Es bien sabido que la vitamina D tiene un papel clave a la hora de ayudar a nuestro cuerpo a mantener la fortaleza y la salud de los dientes y los huesos. Más allá de garantizar un esqueleto fuerte y una sonrisa perfecta, no obstante, la vitamina D interviene también en otros procesos:
- Mejora la fuerza y la potencia muscular.
- Favorece la eliminación de productos de desechos ácidos del metabolismo.
- Acelera la recuperación muscular, ya que interviene en la producción de sustancias que reducen la inflamación.
- Aumenta la actividad del sistema inmunitario y reduce, así, la posibilidad de gripes o resfriados.
Por otro lado, se ha demostrado que hay una relación positiva entre los niveles de vitamina D y el porcentaje de masa muscular, y también entre este porcentaje y los niveles de azúcar en sangre.
Aunque exponerse al sol es la mejor forma de conseguirla –tomando, eso sí, las precauciones pertinentes– podemos incorporar la vitamina D a nuestro organismo a través de ciertos alimentos. Una buena fuente de esta sustancia tan preciada es el pescado azul (sobre todo sardinas, boquerones y atún), los aceites de pescado, los quesos grasos, los huevos, ciertas setas como el shiitake, los langostinos y toda una serie de productos enriquecidos que encontramos actualmente en el mercado, como la leche de soja, de arroz, y algunas barritas energéticas.
Los rayos UVB que recibimos del sol estimulan la piel para que produzca vitamina D. No es necesario exponerse mucho ni durante mucho tiempo: exponer cara, brazos y piernas durante cinco minutos al día es una dosis saludable. Esta breve exposición solar nos proporciona las necesidades diarias con un riesgo mínimo de efectos secundarios. Ahora bien, cabe recordar siempre los efectos negativos que tiene una larga exposición al sol. Para evitar quemaduras, golpes de calor y cáncer de piel es importante protegerse con crema solar y cubrirse con ropa y un sombrero después de quince minutos de exposición.
A la hora de exponernos al sol, debemos tener en cuenta varios aspectos circunstanciales que pueden variar los efectos de los rayos UVB. Es el caso de la época del año, la latitud, la altitud, la hora del día, las nubes o la polución. Durante el invierno, en algunas ciudades el día tiene pocas horas de sol; eso, sumado a ciertas condiciones meteorológicas, hace que no haya bastante radiación para que la piel pueda producir vitamina D, y eso dificulta que alcancemos el mínimo necesario diario. La contaminación y las nubes también disminuyen el número de rayos que nos llegan. En estos casos –si, además, se hace deporte habitualmente- es más recomendable recurrir a las vías de suministro de vitamina D antes mencionadas.