En el corazón de Italia, en la región de Umbría, a poca distancia de Asís, ciudad natal de San Francisco y Santa Clara, descansa una encantadora área de dieciséis mil hectáreas de dulces colinas, tapizadas de viñedos, olivares, aldeas medievales y castillos.
En este hermoso paisaje, donde el tiempo parece haberse detenido y se respira un aire antiguo, donde sus habitantes siguen viviendo en el respeto de la liturgia de las estaciones, donde la modernidad se ha asomado tímidamente y las tradiciones se guardan con celos, encontramos la ruta paisajística, cultural, enológica y gastronómica de la Via del Sagrantino. Esta ruta, que toma el nombre de los dos tintos que se producen en la zona –el Sagrantino y el Sagrantino Passito–, se extiende en una área que abarca los municipios históricos de Montefalco, Bevagna, Castel Ritaldi, Giano dell’Umbria y Gualdo Cattaneo. Se trata de pequeñas aldeas que testimonian el compromiso del hombre de participar y enriquecer la belleza de la naturaleza, sin imponerse a ella ni desfigurarla. Recorriendo este territorio podemos visitar numerosas bodegas de pequeños viticultores donde catar los preciados vinos de la zona, como el famoso Sagrantino de pasas, el tinto de Montefalco, el Grechetto o el Trebbiano, así como saborear exquisitos aceites de oliva extra virgen o cervezas artesanales. Todo en sintonía con los cánones impuestos por la agricultura biológica, cuya sensibilidad se concilia perfectamente con el alma de esta tierra, desde siempre atenta al respeto del medio ambiente y de las tradiciones. Nos guiará en nuestra visita Federico Minelli, socio de la agencia de viajes online Johnny’s Way, especializada en valorizar territorios alejados del turismo de masa, promocionando en particular los productores locales que trabajan en el respeto de los principios de la producción biológica y de proximidad.
Quedamos con él en la Piazza del Comune de Montefalco, donde está situado el punto información de la Strada del Sagrantino. Por su encantadora posición geográfica, en la cima de una amena colina, Montefalco ha sido definido como el “Balcón de Umbría”. Si se tienen en cuenta sus modestas dimensiones, sorprende la cantidad y calidad de su patrimonio artístico. Montefalco cuenta con pinturas del Perugino, uno de los intérpretes más importantes de la época renacentista italiana, y puede presumir del maravilloso ciclo de frescos de Benozzo Gozzoli: “Historias de San Francisco”. Merecen una visita la iglesia de San Francesco y Sant’Agostino, Santa Chiara, Santa Illuminata y el monasterio de San Fortunato. Y finalmente una curiosidad: ¡La ciudad vio nacer a ocho santos! Según Minelli “aunque Montefalco cuente con un vino tinto propio, el Rosso di Montefalco, la zona se distingue por la producción de dos robustos tintos: el Sagrantino y el Sagrantino Passito. Es imposible conocer con exactitud la procedencia de este vino. Se piensa que no sea una variedad autóctona, si no importada por uno de los discípulos de San Francisco de Asís. También es incierto el origen del nombre. Una de las interpretaciones más fiables lo hace derivar de su uso durante la misa como vino rancio y de allí vendría su apelativo de vino sacro o sagrantino. Hoy en día, el Sagrantino rancio se utiliza para la preparación de la pastelería tradicional y, si es envejecido, se sirve para acompañar quesos de oveja picantes. El Sagrantino seco, en cambio, combina bien con asados. Uno y otro se pueden comercializar sólo después de un período de envejecimiento de al menos treinta meses y cuentan con la denominazione d’origine controllata e garantita”.
Terminada la disertación sobre el Sagrantino, Federico nos invita a visitar otro pueblo característico, Bevagna, parada obligada en la Via del Sagrantino, señalada entre las aldeas más bonitas de Italia (i borghi più belli d’Italia).
Cuenta con una de las plazas medievales más bonitas de Umbría y, más allá de los edificios históricos, son fascinantes los antiguos lavaderos cubiertos a la orilla del río Clitunno, utilizados antiguamente por las mujeres del pueblo para lavar la ropa. Los orígenes de Bevagna se remontan a la época de los umbros, la antigua población autóctona de la zona, para luego convertirse en asentamiento etrusco y finalmente romano. Atravesada la muralla medieval intacta, empezamos a recorrer el Corso Matteotti hasta llegar a la espléndida Piazza San Silvestri, corazón del pueblo. Allí descubrimos los edificios más emblemáticos: el Palazzo dei Consoli y las iglesias de San Michele, San Filippo, San Silvestro y San Domenico.
Bevagna está considerada uno de los pueblos más bonitos de Italia
Habiendo llegado al mediodía, nuestro guía nos sugiere abandonar Bevagna y dirigirnos al pueblo de Cantalupo, a pocos quilómetros, para comer en el restaurante La lumaca d’oro, maestros en la preparación de una de las especialidades de la zona: le lumache alla cantalupese (‘caracoles hechos al estilo de Cantalupo’). Una vez sentados en la mesa, antes de que llegue el plato de caracoles, preguntamos a Federico por la cocina umbra. “Tradición y simplicidad”, nos dice. “Platos genuinos y simples, a menudo ligados a las fases del calendario agrícola y religioso, aliñados siempre con un buen aceite de oliva extra virgen, el producto más valorado de las campos de Umbría”.
“Apuesta por la agricultura biológica”
En esta zona de Italia son cada día más las empresas que en los últimos años han querido calificar sus producciones mediante la adopción de códigos disciplinares de agricultura biológica y que prefieren la distribución a quilómetro cero, para ofrecer a los consumidores la posibilidad de llevar a sus mesas productos biológicos sanos y genuinos. La Via del Sagrantino está llena de pequeñas empresas de estas características, a menudo familiares, que han apostado por la producción biológica conscientes de la importancia de ofrecer productos saludables, en el pleno respeto del medio ambiente y del hombre. En nuestro recorrido, visitaremos a tres de estos productores, para que podamos conocerles y escuchar su experiencia. “La Tenuta Castelbuono”. Empezamos la ruta en el campo de Bevagna, donde se encuentra la Tenuta Castelbuono, una importante casa vitícola que produce vino biológico de calidad.
Giorgia Artioli, la responsable, nos cuenta que “el objetivo de los enólogos de la Tenuta Castelbuono, guiados por Marcello Lunelli, ha sido desde el principio crear vinos que supieran fusionar la fuerte personalidad de este viñedo y la elegancia que suele distinguir los vinos del grupo Lunelli. De aquí viene el cuidadoso trabajo realizado en los viñedos y las constantes experimentaciones en bodega, para preservar y respetar el equilibrio entre hombre y naturaleza”. Un equilibrio que la empresa ha tenido en cuenta también a la hora de diseñar la bodega, ya que su estructura, una gran cúpula cubierta de cobre del arquitecto Arnaldo Pomodoro, se inspira en la forma de la coraza de una tortuga. “El arquitecto creía que la proyección de la bodega no debía molestar la dulzura de las colinas donde se extienden los viñedos, más bien debía integrarse perfectamente en el ambiente. Por eso su forma recuerda la tortuga, símbolo de estabilidad y longevidad, que con su coraza representa la unión entre cielo y tierra. Y de ahí viene su nombre, Il Carapace, que significa ‘coraza’ en italiano. Un lugar donde se mezclan arte y naturaleza, escultura y vino, que permite caminar, hablar y beber”. Así que, para acabar la visita, probamos un vino de producción propia llamado también Carapace, un tinto poderoso e intenso, en perfecta sintonía con el ambiente. La empresa está inscrita desde 2011 en el registro nacional que certifica que la viticultura se realiza en el pleno respeto de los códigos de la agricultura biológica Los aceites de Omero Moretti
Dejamos atrás la Tenuta Castelbuono y nos dirigimos ahora hacia Giano dell’Umbria para visitar la empresa de vinos y aceites biológicos de Omero Moretti. En el camino, observamos que Giano dell’Umbria es un perfecto ejemplo de ciudad fortificada, rodeada de olivos y con un campo explotado, principalmente, para la pastoricia. Nada más llegar, entrevemos el carácter familiar de la empresa. Nos espera su titular, Omero Moretti, quien nos cuenta, orgulloso, que llevan veinte años produciendo vinos y aceites extra virgen de oliva biológicos. “La empresa nace después de la Segunda Guerra Mundial, cuando mi abuelo adquiere su primer olivar. Mi padre, con la misma pasión de mi abuelo, siguió plantando olivos y vides y hoy cultivamos 4.500 plantas de olivos y 18.000 vides. Hacemos agricultura biológica desde el 1992 y todos nuestros productos están garantizados por el control I.C.E.A. (Istituto Certificazione Etica e Ambientale) y por la certificación A.I.A.B. (Associazione Italiana per l’Agricultura Biologica). En el 1992, como agricultor apasionado e idealista, decidí pasar a la agricultura biológica: una elección vivida como un estilo de vida, tanto por mí, como por mi familia”. Finalmente conocemos a la hija de Omero: Giusy, quien se ocupa de la comercialización de los productos y de llevar adelante la tradición de familia. Y la abuela, nonna Quinta, el personaje más emblemático de la familia, quien representa su memoria histórica. “El pan de Granarium”
Finalmente nos dirigimos a Cantalupo para conocer otra empresa peculiar. Se llama Granarium y, a pesar de sus pequeñas dimensiones, consigue producir pan propio, ocupándose desde el cultivo del trigo hasta que la masa se saca del horno. Granarium es una residencia agrícola, íntegramente construida en el respeto del estilo dominante entre finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Aquí nos encontramos con Giampero Lucarelli, su responsable, que nos cuenta como el suyo es el primer proyecto en Umbría en el que un agricultor de modestas dimensiones consigue producir su trigo y vender su pan. “El trigo que producimos se almacena en graneros, donde el único método de conservación es el movimiento y la aeración”, nos cuenta. “Aquí el trigo se muele con piedras naturales y se extrae la harina que se convierte en la masa de pan gracias a la levadura. Se deja cocer el pan en el horno de leña y finalmente lo vendemos en nuestra pequeña tienda”. Giampiero nos explica que ha restaurado él mismo la moledora, después de una larga búsqueda de las piezas originales. “En Italia hay muy pocas moledoras como ésta y la mayoría son de exposición”. Añade que ha querido utilizar esta herramienta para demostrar el vínculo de la empresa con la tradición. “Nuestro objetivo es ofrecer al consumidor un producto final de altísima calidad, único por la transparencia de todas sus fases de producción”. “Los alberghi diffusi”.
“Torre de la Botonta” Llegamos a Castel S. Giovanni della Botonta, una antigua fortaleza del siglo XIV, en la que hoy se sitúa un albergo diffuso: la Torre della Botonta. “Es un modelo de hospitalidad definido por Giancarlo Dall’Ara. Se trata de un alojamiento alternativo y original, que busca dar salida a pequeños pueblos que corren el riesgo de ser despoblados y fomentar así el desarrollo del territorio”, cuenta Elisa Cerquiglini, responsable de la estructura. “Se podría traducir como un hotel esparcido por el pueblo, donde distintas casas se convierten en lugar para huéspedes.”
Permite fomentar el desarrollo de un territorio sin el inconveniente de crear un impacto ambiental negativo sobre el mismo. No hace falta construir nada. Hay que limitarse a recuperar, reformando, las estructuras que ya existen. Se compone de una estructura principal que ofrece los servicios receptivos básicos y suele poner a disposición de los invitados habitaciones dislocadas en todo el habitado. Actúa, sobretodo, como presidio social: fomenta el turismo y ofrece a sus habitantes la posibilidad de no abandonar su pueblo. Un albergo diffuso, por tanto, es mucho más que un simple alojamiento alternativo, es una experiencia de viaje que permite a los viajeros una auténtica integración con la población local. Por esa razón nunca encontraremos uno en un lugar abandonado.
La Torre della Botonta es un alojamiento alternativo que permite vivir una auténtica integración con los lugareños.
La Torre della Botonta se desarrolla en algunos de los edificios emblemáticos de la aldea: los antiguos banco y ayuntamiento, la panadería, la atalaya y la muralla. Dispone de ocho habitaciones dedicadas a las fibras naturales: cáñamo, seda, yute, algodón y cachemires. En las habitaciones hay libros sobre el territorio, no hay televisión y, una vez llegado, se tendrá la sensación de ser un habitante más del pueblo. Finalmente una curiosidad: Botonta significa “lugar de frontera”. El castillo, que se encuentra en la frontera entre las ciudades de Trevi y Spoleto, ha sido protagonista de numerosas batallas. Hoy en día, vuelve a ser zona de frontera: lejos de las realidades caóticas, es destino incontaminado donde vivir relajantes fines de semana.