Si hay un plato común en la cocina tradicional de todas las culturas del mundo, éste es, sin duda, el plato de cuchara por excelencia: las sopas y los caldos.
Su origen lo encontramos muchos siglos atrás en la cocina de aprovechamiento: ante la necesidad de ablandar con agua hirviendo los alimentos más duros que no se podían masticar en crudo para hacerlos más comestibles y digeribles, nuestros ancestros se dieron cuenta de que el agua restante de esta cocción adquiría el sabor de los alimentos cocidos, además de quedarse con la mayor parte de sus nutrientes.
Excelente hidratante
Esta agua restante, el caldo, acaba conteniendo un 90% de agua, el componente principal del cuerpo humano, que representa entre el 50-70% de nuestro peso corporal. Teniendo esto en cuenta, podemos considerar que mantener una hidratación adecuada es imprescindible para gozar de salud física y mental. De hecho, un adulto debería consumir entre 1,5 y 2 litros de líquido al día, ya sea a través de infusiones, caldos, sopas, cremas, agua o demás bebidas saludables.
¿Y qué hay del 10% restante?
Si el 90% es agua, ¿qué hay del 10% restante? Este valor añadido, lo que convierte el agua en una bebida enriquecida con maravillosas propiedades dependerá de los alimentos que hayamos cocido primero.
Podemos sustituir la tradicional pasta blanca, los fideos o el arroz blanco, por otros ingredientes más saludables como el mijo o la quinoa
En general, si son principalmente vegetales y otros ingredientes ecológicos y bajos en grasa como algas o espinas del pescado, obtendremos un entrante perfecto para remineralizar el cuerpo y prepararlo para la digestión de lo que comeremos a continuación.
Las sopas y los caldos destacan por su efecto hidratante y calorífico en el cuerpo, y aportan calma, harmonía y sensación de confort. Para potenciar estos efectos, se les puede añadir especies o raíces como el jengibre, la canela, la pimienta o el clavo. Por eso son especialmente recomendables en temporada de invierno o primavera, cuando aumenta el frío o la humedad atmosférica, ya que nos ayudan a fortalecer el sistema inmunitario y a entrar en calor.
También podemos potenciar su efecto depurativo añadiéndoles ingredientes como el apio, el hinojo o las algas kombu o wakame.
Las recetas de caldos y sopas son infinitas, por eso, según las condiciones atmosféricas o nuestras propias necesidades, podemos elaborar platos de distintas texturas, sabores, propiedades y efectos. Y no olvidemos que, además de tomarlos como entrante como sopa o consomé, también podemos utilizarlos como base para guisos, paellas o salsas.
¿Cómo es un caldo saludable?
Un caldo o una sopa saludable no debe ser una bomba calorífica: a pesar de que las grasas son indispensables para el buen funcionamiento del organismo, no deben superar más del 30-35% de las calorías que consumimos diariamente. Los tradicionales caldos de Navidad, por ejemplo, acostumbran a estar repletos de grasa y a sobrecargar hígado y riñones.
Por eso recomendamos quitar la capa de grasa que queda flotando en la superficie del caldo una vez se enfría y, si queremos acompañar la sopa con alimentos sólidos, sustituir la tradicional pasta blanca, los fideos o el arroz blanco, por otros ingredientes más saludables como el mijo o la quinoa.
¿Y si no tengo tiempo?
Dependiendo de los ingredientes y de las cantidades que queramos obtener, la preparación de un caldo o una sopa nos puede tomar de diez minutos a una hora y media. Si no tenemos tiempo de prepararlos en casa, una buena alternativa es optar por marcas de confianza de caldos preparados, que apuesten por ingredientes ecológicos y saludables y que excluyan el azúcar, la fécula o las proteínas de la leche.
Amandín, por ejemplo, ofrece este excelente surtido de caldos ecológicos bajos en grasa y listos para consumir:
- Tradicionales: cocido, pollo y verduras
- Exóticos: oriental, azteca y gen