Cuando, desde Soycomocomo, me pidieron que hiciera un artículo sobre la alimentación de mascotas tuve un serio dilema. Me decían que hablara de la forma de elegir un buen pienso o de dietas caseras… Lo primero, “buen pienso” es un oxímoron, con algunos matices que más adelante explicaré. Para empezar, quizá sea mejor que explique como yo, una vegetariana convencida, empecé a alimentar a los perros de casa con carne cruda.

Hace cinco años y medio adoptamos a Mia, una podenca de un año que venía de un pueblo de la Rioja. Hacía años que no convivíamos con perros, y los que me habían acompañado durante la infancia habían comido siempre arroz con pollo y verduras, y sobras de casa. Era lo más habitual hasta principios de los años noventa, cuando se empezó a dar pienso que vendían los veterinarios.

Antes, los animales eran mayoritariamente considerados de trabajo: para vigilar o para cazar, y entre las prioridades de los humanos que se encargaban no estaba preocuparse mucho por su salud o alimentación. Así, si comían sobras, huesos, arroz o pan duro ya era mucho. Con el cambio de percepción del bienestar de los “animales de familia”, aumentan las visitas al veterinario, la economía de la salud animal… y también los piensos llamados “Premium” que venden estos mismos veterinarios, que, por cierto, tienen muy poca formación en nutrición en la carrera (y la que les dan, la reciben de nutricionistas que trabajan para la industria del pienso).

Con todos estos antecedentes, compramos a Mia el mejor pienso que encontramos en el veterinario. La queríamos mucho y la asociación donde la adoptamos nos recomendó darle pienso. ¡Es lo mejor para ella! Y aquí comienza una travesía… Diarreas constantes y frecuentes, con mucosidad, sin un origen específico. Cambiamos de piensos, y las diarreas continúan. Un par de veces por semana, o tres, la teníamos que bajar de noche a la calle cuatro o cinco veces. Visitas a la veterinaria, medicación… Le damos arroz con pollo, y la perra mejora. Diagnóstico del veterinario: intestino inmaduro.

No sabíamos qué vida había llevado antes de ser recogida en el campo, ni qué comía desde cachorro, pero tenía claro que, si cocinaba yo, la perra no tenía ningún problema intestinal.

Con la premisa de que lo mejor es el pienso, sigo probando hasta alcanzar los piensos llamados “Super Premium”, sin cereales, con ingredientes aptos para el consumo humano, sin subproductos… A precio de oro. Y sí, mejoró. Quizás el problema son los piensos y lo que les ponen, pienso. De tres o cuatro diarreas a la semana, pasa a dos o tres al mes, pero no se van. Y la comida casera le sienta bien.

¿Cómo puedo saber cuál es el mejor pienso?

Pues hay varios tests y comparativas que corren por internet que nos ayudan a ver si la marca que queremos comprar es lo suficientemente buena o es sólo una suma de cenizas y aditivos. Algunas pistas fáciles: no comprar ninguno de supermercado ni de marcas que venden los veterinarios. Son dos gamas diferentes y es cierto que es mejor el de veterinario que el de súper, pero en ambos casos hay ingredientes de calidad pésima con controles higiénicos más que dudosos.

Con la lista de ingredientes delante, ¿qué podemos valorar para descartar un pienso? Si los primeros ingredientes que aparecen son granos o derivados de los cereales (harina de maíz, soja, arroz…), especialmente si no especifica si es el grano entero; si el aporte de proteína animal es en forma de harina o subproductos, sobre todo si no dice de qué animal es (puede decir “ave de corral” o “vacuno”); si el porcentaje total de carne o derivados es inferior al 50%; si contiene los siguientes aditivos: BHA, BHT, etoxiquin (butylated hydroxyanisola (BHA), butylated hydroxytoluene (BHT), propyl gallate, propylene glycol, o ethoxyquin).

¿Qué ingredientes nos pueden animar a comprar un pienso? Pues que la mayoría de los ingredientes sean carne o pescado, apto para consumo humano y/o ecológico, sin cereales (o, en su defecto, que lleve avena), si no es extrusionado, si tiene fruta y verdura… Esto lo reduce a muy pocas marcas: Taste of the Wild, Acana, Orijen, Gosbi, Applaws…

Recientemente se ha publicado un documental en Netflix con esta temática que ayuda mucho a comprender el tema de las etiquetas de los piensos para animales: Pet Fooled.

La singularidad de BARF

Sigo investigando y en internet encuentro las siglas BARF (Biologically Appropriate Raw Food) y webs y páginas de Facebook con miles de seguidores que dicen que el perro es prácticamente idéntico al lobo y que tienen el mismo sistema digestivo, que es un carnívoro no estricto y no un omnívoro, que los piensos llevan tantos cereales que se parecen más a la comida de las gallinas que a la de los lobos, que cuando se ha visto a un lobo hacerse un arroz hervido…

Me informo mucho, leo todo lo que me pasa por la pantalla, y me formo un criterio preguntando a otros usuarios que han hecho el cambio antes de que yo, a personas que han aprendido mucho leyendo a veterinarios como el doctor Ian Billinghurst (Give your dog a bone, BARF Diet), Carina Beth MacDonald (Raw dog food), Tom Lonsdale (Raw Meaty Buenas Promote Health) y con su propia experiencia. Me animo a probar las dietas BARF comerciales trituradas y congeladas por miedo de dar huesos enteros. ¿Huesos? Sí, huesos recubiertos de carne cruda, que es el 50% de la dieta recomendada por estos expertos.

Vayamos por partes:

BARF significa “Biological appropriate Raw Food” (‘alimentación cruda biológicamente apropiada’) y consiste en dar a perros y gatos carne, huesos recubiertos de carne (en proporción 50-50), verdura, vísceras, pescado… Imitando lo máximo posible la alimentación que tendrían en libertad, y vigilando que sean alimentos frescos libres de parásitos (se evitan con una congelación previa) y que sean aptos para consumo humano (comprados en mercados y supermercados, vaya). Los porcentajes de cada alimento son variables en función del individuo, pero en líneas generales se trabaja con un 50% de carne con hueso, 30% de carne o pescado, 10% de vísceras, 10% de fruta y verdura. Los huesos aportan muchos nutrientes, como calcio, proteína, grasas… Y no se astillan si están crudos y recubiertos totalmente de carne. Para más información, recomiendo mucho el libro de la asesora nutricional Verónica Vincent Cruz (Dieta BARF para perros. Guía completa para alimentar a tu perro con comida natural). Es una de las pioneras a la hora de popularizar esta dieta y ha ayudado a muchísimos usuarios.

Cuando empezamos a dar comida natural a Mia, no sólo se acabaron las diarreas, sino que desapareció el mal aliento, mejoró el estado de su pelo, las deposiciones se volvieron duras y secas, desapareció la placa dental, y, sobre todo, lo notamos en el estado de ánimo. Le gustaba más, se ponía muy contenta cuando le tocaba comer, y aún más cuando le daba un hueso grande para roer (hueso recreativo). Fueron tantos los beneficios que, al adoptar un segundo perro, también hicimos dieta BARF.

Una vez superado el miedo, dejamos de dar marcas comerciales trituradas para ir al mercado y comprar piezas enteras: pollos, conejos, sardinas y boquerones, pecho de cordero y ternera, hígado, corazones, pulmón, puré de calabacín, brócoli y zanahoria… Las diarreas de origen desconocido no volvieron nunca más, el coste era mucho menor que el del pienso Super Premium y dejamos de ir al veterinario para medicarla la cada vez.

Los beneficios son tantos y tan claros que nunca más me volvería a plantear comprar comida preparada y secada con materias primas que se acercan al detritus, con aditivos químicos y unas normas de seguridad alimentaria que dan lástima: sí, la legislación en la alimentación animal es muy y muy laxa. Si para los humanos de la familia hemos escogido una alimentación saludable en concordancia con nuestra biología, al resto de los miembros no humanos también les deberíamos ofrecer lo mismo.

Anna Font Figols

Productora de televisión. Convive con dos perros y ha desarrollado mucho interés, práctica y estudio en la alimentación natural de pequeños animales, especialmente en la dieta BARF.