El 2014 ha sido declarado desde la Comisión Europea el Año Europeo de Lucha contra el Despilfarro Alimentario. La conciencia mundial aumenta y cada vez hay más personas que reclaman medidas eficientes para hacer frente al desbarajuste provocado por el gran y globalizado entramado agroindustrial. La fotografía actual refleja la paradoja que casi novecientos millones de personas hacen una dieta insuficiente y pobre por todo el mundo, mientras que un tercio de las personas de los países más ricos tienen problemas de obesidad por causa de una alimentación excesiva o inadecuada.

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Según datos de la Agencia Catalana de Residuos, en todo el mundo se despilfarran aproximadamente 1.300.000 toneladas de alimentos, que porcentualmente quiere decir que entre un 30% y un 50% de los alimentos termina en la basura. Alarmadas por esta tendencia, la Universidad Autónoma de Barcelona y la Agencia Catalana de Residuos han elaborado hace poco el estudio “Diagnosis del despilfarro alimentario a Cataluña”. Algunos de los resultados más relevantes muestran como en los hogares catalanes esta cifra se concreta en 262.471 toneladas anuales de comida que van directamente a la basura, y se resume en que cada catalán tira cerca de 35 kg cada año.

La diagnosis da algunos consejos para reducir este impacto en los hogares y recomienda, entre otros cosas, planificar muy bien las compras, velar por una conservación eficiente de los alimentos, poner en el plato solo lo que nos comeremos (un 25% del total que se tira son restos del plato sin terminar) o aprovechar de forma creativa los alimentos sobreros. Aparte, también remarca tres tendencias que favorecen el despilfarro: la bajada de los precios de los alimentos, que ha hecho que las personas valoren menos los alimentos (actualmente los alimentos son un 14% del gasto familiar anual, cuando hace cuarenta años eran un 35%), las compras cada vez más espaciadas en el tiempo, lo que aumenta las probabilidades de que la comida se estropee, y el marcaje de los datos de consumo preferente o de caducidad confuso, lo que anima a renovar constantemente el stock familiar.

Si somos lo que comemos, es importante tener conciencia del origen y destino de los alimentos. Muchas de las personas comprometidas con una alimentación saludable también lo están con la problemática creciente a escala planetaria sobre la mercantilización de la comida. A pesar de todo, hay que recordar que una de las causas más desgarradoras del caos que se vive hoy día hacia el despilfarro alimentario tiene origen en el modelo de producción, distribución y consumo que lo sustenta.

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Por despilfarro alimentario se entiende toda la comida en buenas condiciones que por causas diversas no acaba siendo consumida. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) lo define como “el montón de alimentos perdidos o despilfarrados dentro de la cadena de proveimiento alimentario orientada hacia producción de productos comestibles para la alimentación humana”. Estas fugas de comida se dan a lo largo de toda la cadena agroalimentaria. La producción agraria, sobre todo industrial, cada vez es más exigente con unos estándares de calidad que en muchos casos responden más a criterios estéticos y prácticos, que no nutritivos u organolépticos. ¿Os habéis preguntado dónde están todas las manzanas que no pasan el casting de belleza de los grandes supermercados? ¿Cómo lo hacen los productores de fruta para que la inmensa mayoría de piezas sean del mismo tamaño, color y aspecto? Dejad volar la imaginación e imaginad lo peor. El modelo agroindustrial penaliza todo lo que no responda a sus criterios y valores y lo deja fuera de la cadena desde un buen principio. Así, grandes cantidades de comida se quedan directamente en los campos sin ser ni recolectadas. En origen también hay otra causa, que en algunos productos puede llegar a ser más importante que los criterios cualitativos. Estamos hablando de los precios. El mercado global forma parte de un entramado complejo en el que los alimentos juegan en la bolsa y la especulación responde a su lógica capitalista. El valor de lo que algún día acabará en nuestro plato puede devaluarse tanto que no valga la pena introducirlo en la cadena agroalimentaria. De hecho, muchas de las políticas agrarias mundiales trabajan para equilibrar producciones y precios, tanto en origen como en destino. Desgraciadamente algunos de los mecanismos que utilizan estas políticas responden a la irracionalidad del despilfarro alimentario.

Además, la problemática no se limita únicamente a una cuestión de justicia alimentaria, sino también medioambiental. Por ejemplo, se debe tener en cuenta que el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la producción de comida que no llegará nunca a ser aprovechada. Al mismo tiempo, la comida que llega a los vertederos produce mucho metano, un gas de efecto invernadero con una capacidad de calentamiento 21 veces más fuertes que la del dióxido de carbono. Estos datos muestran cómo las imperfecciones del sistema alimentario global también malogran el entorno y los ecosistemas de los que formamos parte.

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Para participar en el debate y la reflexión, y para sensibilizar a la población, durante el mes de septiembre la Asociación Naturalistas de Gerona organizó la campaña “La manduca no caduca”, una iniciativa para luchar contra el despilfarro de alimentos a partir de organizar diversas jornadas divulgativas y talleres participativos. Con actividades diferentes como un taller de aprovechamiento de alimentos, una comida solidaria con alimentos recuperados, un espectáculo infantil o unas charlas sobre el despilfarro alimentario, se invitó a las personas a participar y a crear juntas formas nuevas de aprovechar mejor la comida. La valoración desde la organización ha sido muy positiva y subrayan la respuesta ciudadana, están muy agradecidos. “Con ‘La manduca no caduca’ la ciudadanía puede transformar la prevención del despilfarro alimentario en un acto solidario”, explica Sergi Nuss, coordinador de la campaña y portavoz de la Asociación Naturalistas de Gerona.

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Por último, queremos presentar una iniciativa muy original de la cadena de supermercados franceses Intermarché. Es la campaña “Inglorious Fruits and Vegetables” (‘frutas y verduras sin gloria’). A raíz de la declaración del Año Europeo de Lucha contra el Despilfarro Alimentario, desde Intermarché se despertó la conciencia de recuperar todas las frutas y verduras que no llegan a los estantes porque no cumplen las características establecidas de morfología. Así, el objetivo de este proyecto es valorar los alimentos que por estética no serían vendibles, y que se deberían eliminar, pero que igualmente son aptos para el consumo. Si veis el vídeo, constataréis la apuesta del supermercado por volver a valorar los alimentos por sus características intrínsecas y no por los estándares agroindustriales. Los productos se venden un 30% más baratos del precio habitual, lo que también hace más accesible esta alimentación a más público. La campaña también ha ido acompañada de medidas de concienciación para los clientes sobre el desaprovechamiento de la comida y la necesidad de recuperar este tipo de alimentos.

La problemática es global y las respuestas para hacer frente se deben articular desde diferentes ámbitos y escalas de trabajo. Como siempre, lo primero es lo que empieza por nosotros mismos. Todos somos partícipes de los grandes retos sociales, ambientales y económicos a los que se enfrenta nuestra sociedad. El del despilfarro alimentario pasa por ser muy conscientes de lo que compramos y a quién, cómo ha sido producido, bajo qué criterios, cómo llega hasta la mesa, y qué uso se hace una vez entra en la nevera de casa. Cada pequeña acción, por minúscula que sea, contribuye a dejar el mundo mejor de lo que lo hemos encontrado.

Neus Monllor
Neus Monllor

Doctora en Geografia i Medi Ambient |
Restaurant "Espai Tomata" www.laccb.cat