Que todos hemos cocinado más y mejor durante la pandemia, o que nos hemos vestido de pasteleros a tiempo parcial, ya está dicho y no hay que darle muchas más vueltas. El tiempo en cautividad se ha limitado en demasiadas ocasiones a todo aquello que comprendía el campo de visión de la ventana, el balcón, la terraza o, los más afortunados, el jardín de la burbuja del hogar. Observando el mundo gris del exterior, hemos aprendido que la aguja del reloj juega con los límites de nuestra paciencia, que el confinamiento es detestable por muchos Zooms con clases de yoga que se hagan y que el aburrimiento debería ser considerado uno de los pecados capitales junto a la gula en los libros sagrados del futuro.

comer por aburrimiento

Y es que se habla mucho y bien de cambiar el sistema alimentario y poco y mal de los efectos del aburrimiento en el mal funcionamiento de la alimentación. Mientras no se demuestre lo contrario, no servirá de nada construir un nuevo modelo revolucionario por fuera si todos los agentes implicados están enfermos por dentro. A vista de pájaro, los gurús del wellness no se han cansado de repetir que es bueno aburrirse, y que no debemos preocuparnos de si hemos perdido el equilibrio entre los niveles mental, físico y emocional, si no encontramos la gasolina para seguir haciendo todas aquellas cosas que nos apasionaban antes. De lo que no dicen nada es que, a veces, el aburrimiento produce monstruos que nos vienen a encontrar con la comida en la mano. Y no es exactamente comer por comer, es consumir alimentos para huir de la conciencia en una especie de estado catártico. El estómago se convierte en agujero negro, capaz de absorber todas las angustias que la mente no procesa por omisión o deficiencia. Y engordamos. Montones de grasa blanda concentrada en el vientre, tejido adiposo en la cintura para dar y regalar en el cual un científico encontraría más lágrimas que lípidos mirándolo con detalle por el microscopio.

Aquí entramos en el meollo del asunto. Yo me he aburrido muchísimo durante el año 2020. Lo digo de otra manera menos políticamente correcta: yo he comido más de la cuenta durante el año 2020. Lo he experimentado y lo experimento aún hoy en día, cuando en algunas ocasiones me encuentro picando alimentos de la despensa con demasiada sal o demasiado azúcar. No es comer compulsivamente, como sucede con ciertos trastornos alimentarios estudiados, es comer por hacer algo. Y desgraciadamente ese “algo” no suele tener una vertiente muy saludable. En los momentos más oscuros he llegado a pensar que los humanos somos capaces de maltratar al aparato digestivo cuando ya hemos hecho añicos el sistema cerebral. Es una teoría sin ton ni son, lo sé, pero es innegable que, si la comida tiene vasos comunicantes con el insomnio, el estrés, el dolor de cabeza, la irritabilidad o la desmotivación, también puede tener uno con el aburrimiento pandémico.

Me aburro, luego engordo

En un estudio reciente de The Hartman Group sobre el impacto de la covid-19 en los hábitos alimenticios, los resultados son reveladores. “Ha habido un aumento significativo de la cantidad de ingestas provocadas por el aburrimiento. Entre las diferentes generaciones, la generación Z (1994-2010) come más cuando se aburre, con un 16 % de todas las ocasiones. La generación X (1968-1980) ha aumentado significativamente los viajes a la nevera cuando se aburre, y ha pasado del 3 % de todas las ocasiones de la primavera del 2019 al 8 % del 2020. Además, el consumo de alimentos preparados y bebidas azucaradas es el más elevado entre los aperitivos de la tarde y de la noche, ocasiones en que el aburrimiento tiene un papel predominante. En el ámbito global, un 10 % del total de meriendas del 2020 estaba motivado por el aburrimiento”.

Dicen que la filosofía es contemplación, ¿verdad? “Pienso, luego existo” (cogito, ergo sum). René Descartes confinado encaja mejor con un “me aburro, luego engordo”. Una frase que hace daño a la vista y al alma, y ​​repercute de mala manera en la gula y en el vientre. Soy consciente de que la imagen que dibujo del filósofo del racionalismo francés es dantesca. Alguien capaz de escribir el tratado Discurso del método, poniendo puertas al bosque del siglo XVII, convertido en un individuo patético, con sobrepeso crónico y sin saber cómo demonios poner orden en el interior de una caja de galletas medio vacía entre las piernas. Pero también creo que es una imagen que, desgraciadamente, nos representa a muchos de nosotros.

Marc Casanovas
Marc Casanovas

Periodista I Food Storyteller | Ex Bulliniano y editor en PlayGround Food

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