Aunque el vídeo brote de las aguas tenebrosas de Twitter, la opinión de un campesino de quinta generación hay que escucharla con los sentidos bien predispuestos a recibir una cura de humildad histórica. Abel Peraire, de Prats de Lluçanès, no se corta y hace autocrítica al oficio vocacional que tanto ama y deja en evidencia a los que antropomorfizan los derechos de los animales según sopla el viento.

La mecha se encendió con un nuevo ataque de un grupo animalista en una pequeña granja de vacas lecheras. Fue entonces que Abel dijo basta y se autograbó: “El problema es a quien ataca el movimiento animalista. ¿No somos lo suficientemente valientes para entrar en un hipermercado y tirar toda la leche al suelo? ¿No somos lo suficientemente valientes para no dejar descargar las toneladas de carne, frutas y verduras en el puerto de Barcelona? Vamos a un campesino, que lo único que puede tener es una hipoteca. Aquí sí que somos valientes”. Visualizar el legado del pastor, que diría el bueno de Albert Pla, versus el legado de las grandes cadenas de supermercados es caer en una trampa.

Tan solo los héroes escondidos entre campos listos para segar se mantienen firmes y no están dispuestos a rendirse a la evidencia del capital cuando el bolsillo está vacío a finales de mes. Rechazar los supermercados, girar la cara al lobby de la industria cárnica y no dejarse atrapar por los largos tentáculos del dinero fácil tiene evidentemente una parte de valentía, pero también una parte innegable de insensatez enfermiza. “Sin los agricultores el territorio no se mantendría vivo”, dice Abel mirando a cámara con el ganado de fondo.

Porque Abel es consciente de que el sistema de cría intensiva es el cáncer de los ganaderos que ha hecho metástasis granja a granja y bestia a bestia. Es consciente de que su vídeo viral nos está enseñando el único pecado de los que, a estas alturas, seguimos comiendo carne. Y es que la necesidad de consumir carne de manera saludable no es solo viable, es la única manera de seguir defendiendo su consumo sin pillarse los dedos. No es un error de redacción: comer carne y salud son compatibles, aunque los preceptos de la OMS parece que digan justo lo contrario.

Todos los que queremos seguir comiendo carne este año tenemos que enmarcar el vídeo de este campesino de Osona, porque subraya nuestro pecado y el reproche eterno de los vegetarianos a los omnívoros. Ante todo, debemos saber que no podemos ni hay que comer carne todos los días. Si no hay carne en el plato un mediodía, no hay que empezar a sudar la gota gorda; al día siguiente volverá a salir el sol. Seguidamente tenemos que aprender a leer la letra pequeña cuando compramos carne. ¿Dónde compramos la carne? ¿En una cadena de supermercado o en la carnicería del barrio? ¿De qué sistema de cría proviene? ¿Intensiva o extensiva? ¿Puedo asegurar que he comprado carne saludable? ¿El animal se alimenta con piensos ecológicos o con pesticidas? ¿Cómo se ha sacrificado el animal? ¿Se respeta al máximo su bienestar y sufre una muerte indigna? Y, por último, pero no menos importante: ¿Cuándo hace que no preguntáis al carnicero por la trazabilidad de la carne que compráis?

Como bien dice el grupo de Ramaderes de Catalunya, “seguimos insistiendo en la necesidad de un cambio de modelo en la ganadería, que maximice el bienestar animal, sostenible, medioambientalmente respetuoso y enfocado a generar productos de calidad: carne, leche, productos lácteos, lana y cueros”.

Porque se puede comer carne de muchas maneras, pero solo queda una que sea válida, ética y saludable. Cada trozo de carne que comemos sin seguir estos preceptos es un golpe bajo a la salud y a la economía de ganaderos como Abel, que deberá hacer a regañadientes otro vídeo para volver a dejarnos en evidencia. Como dice Albert Pla en los versos finales de “El legat del pastor”, hay dos cosas en la vida que deja antes de la muerte: “La pastora de la sierra y un rebaño de cabras sueltas”.   

Marc Casanovas
Marc Casanovas

Periodista I Food Storyteller | Ex Bulliniano y editor en PlayGround Food

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