Parecía que el día no iba a llegar. En la economía de la abundancia y del despilfarro, ¿quién imaginaría que Italia, una de las grandes potencias en la producción de latas de tomate en conserva, junto a China y Estados Unidos, estaría preocupada por garantizar el negocio de exportarlas por todo el mundo? Lo mismo está ocurriendo en la India con otro alimento estrella de la industria alimentaria: están teniendo graves problemas para cerrar la cadena de la valorada pulpa de mango del estado de Maharashtra. Más aún, parece ser que la gigantesca industria cervecera de los Estados Unidos no puede satisfacer al ritmo deseado la demanda de su bebida.
Y la cuestión es que no es un problema de contenido: no faltan ni tomates, ni mangos, ni cebada; el desajuste en estas cadenas globales de alimentación ha llegado por una combinación de factores relacionados con el aluminio para fabricar el continente: las latas.
Por un lado, la pandemia nos ha confinado en casa y hemos hecho mayor aprovisionamiento de alimentos en conserva y, con la restauración cerrada, los refrescos nos los bebemos en nuestro hogar. El precio del aluminio también se ha incrementado en paralelo al de otro metal, el cobre, muy solicitado para la actual electrificación de casi todo provocada por la llamada transición energética.
Las latas de aluminio no son la panacea. Si bien sabemos que es un material que se recicla prácticamente del todo, como dice un estudio del grupo Aluwatch, estos procedimientos son altamente contaminantes, porque cerca del 90% de la energía que se utiliza proviene del carbón. La minería de bauxita, el mineral con el que se fabrica el aluminio, tampoco está exenta de provocar desplazamientos de poblaciones locales o, como denuncia Human Right Watch, de la destrucción de tierras ancestrales y escasa compensación para los trabajadores en las minas de Guinea Conakry que explotan compañías extranjeras.
Pero, aun así, lo que me inquieta es, ¿cuán de frágiles son estos modelos globalizados que una aceleración en el consumo pone contra las cuerdas a grandes imperios alimentarios que dependen de un material que podemos considerar casi infinito? ¿Qué ocurrirá cuando los desequilibrios lleguen al petróleo, con el que se producen los plásticos esenciales para envasar muchísimos tipos de productos de la industria alimentaria?
Pues ocurrirá que, si queremos garantizar la alimentación, tendremos que recurrir a las “dichosas” prácticas de la soberanía alimentaria y la agricultura campesina que tanto agradecerán los cuerpos humanos y su madre, el planeta Agua.