Con el contador de días de reclusión poniendo al límite la paciencia humana, The New York Times guiñaba el ojo con ingenio a la obra magna de M. F. K Fisher. En un excelente artículo colaborativo de la redacción decidieron adaptar el título del libro de referencia de la escritora norteamericana, How to cook a wolf (‘Cómo cocinar un lobo’) como How to cook a coronavirus (‘Cómo cocinar un coronavirus’). El objetivo era preguntarse si era una blasfemia comparar el lobo, como metáfora de la Segunda Guerra Mundial, con la pandemia vírica actual, entendiendo que hay necesidades, miedos y anhelos de supervivencia que se tocan las puntas de los dedos sesenta años más tarde.

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Puede parecer una exageración, pero cuando la comida saludable entra por la puerta, el coronavirus sale por la ventana. Evidentemente una dieta sana no protege de un posible contagio en un espacio público, pero el modelo de vida que implica adquirir hábitos saludables hace que sea viable cocinar este virus (y muchos otros) saliendo victorioso de la embestida.

Esta visión esperanzadora es la que haría falta al ganador de un premio de la James Beard Foundation. El periodista Tamar Haspel publicaba este comentario pesimista en Twitter: “Me siento como una mierda, porque lo que hago –escribir sobre alimentación y nutrición– es totalmente inútil. Los diarios de recetas o de cocina son útiles. Pero, ¿cómo puede a alguien importarle ahora mismo la nutrición?”. Un pensamiento sombrío, seguramente como resultado, como dice él mismo, de un día de mierda. El espesor le nublaba el criterio hasta tal punto que renegaba de su trabajo vocacional: la de enseñar a comer mejor para hacer un mundo mejor.

En su tormenta interior, este columnista en The Washington Post olvidaba que precisamente la nutrición es más importante que nunca en tiempos de oscuridad; o mejor dicho, la buena nutrición. Y este hecho es aún más relevante en un país como el suyo, los Estados Unidos, donde se ha comprobado con datos oficiales que el coronavirus es el lobo del siglo XXI, una bestia de forma indefinida que ha atacado duramente a la comunidad afroamericana y la latina de los barrios más pobres, lo que hace aún más evidente el fantasma de los desiertos urbanos en las grandes ciudades.

Creer que la buena nutrición no es un tema prioritario es caer en una trampa tan o más grande que cualquier pandemia. Así lo avala la Alianza Mundial para la Mejora de la Nutrición (GAIN), una fundación independiente sin ánimo de lucro con sede en Ginebra que reunió a los mejores expertos en política alimentaria para llegar a una conclusión brillante: “En este momento, es desesperadamente necesario centrarnos en el funcionamiento de los sistemas alimentarios porque sabemos que la calidad y la cantidad de la comida que comemos es el factor de riesgo principal para prevenir la mortalidad. Si ahora olvidamos el sistema alimentario, la crisis sanitaria de la COVID-19 lo utilizará involuntariamente como catapulta para tener un impacto aún mayor en la carga mundial de la enfermedad. Si pensamos y actuamos para cambiar el sistema alimentario, podemos reposicionarlo para que sea más eficaz a la hora de entregar alimentos nutritivos asequibles durante la crisis. Y quizás incluso después de la crisis”.

Los expertos quieren reposicionar la compraventa de comida para aplanar la curva de contagio. Y pues: ¿no es exactamente eso lo que hace, desde su pequeña parcela, cada individuo que deja de lado una mala alimentación en favor de una dieta saludable? Comprar alimentos de proximidad, de comercio justo, de temporada, sostenibles y, muy importante, conociendo la trazabilidad del producto para honrar al agricultor, al pescador o al trabajador de la cadena de suministro. Todas y cada una de ellas son herramientas empoderadora que refuerzan la idea de que cada acción del sistema alimentario, por pequeña que sea, puede tener una reacción mucho más inesperada de lo que nos quieren hacer creer.

“Un hombre comió un murciélago y ahora no tengo trabajo”, dice una de las sinopsis más brillantes que se puede leer estos días en las redes sociales sobre el virus. Un buen ejemplo del conocido efecto mariposa aplicado a la alimentación, que conoce muy bien la escritora y activista india Arundhati Roy. A principios de mes, publicó un ensayo el Financial Times. La sorpresa fue muy grande cuando uno de los grandes altavoces del capitalismo más feroz dio espacio entre sus páginas a este escrito, que tiene un final para enmarcar:

“Históricamente, las pandemias han obligado a los humanos a romper con el pasado y a imaginarse de nuevo su mundo. Esta no es diferente. Se trata de un portal, una puerta de entrada entre un mundo y el siguiente. Podemos optar por caminar por él, arrastrando las carcasas de los prejuicios, el odio, la avaricia, los bancos de datos, las ideas muertas, los ríos muertos y los cielos llenos de fumarolas detrás de nosotros. O podemos caminar ligeramente, con poco equipaje, listos para imaginar otro mundo. Y estar preparados para luchar por él”.

Marc Casanovas
Marc Casanovas

Periodista I Food Storyteller | Ex Bulliniano y editor en PlayGround Food

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