Los lectores de Soycomocomo seguro que la conoceréis. Es posible que hayáis realizado programas en línea con ella, la hayáis visto en diferentes charlas, hayáis pasado por su consulta de coaching o hayáis hecho alguna de las recetas que ha publicado en la revista en los últimos años. Hoy, sin embargo, la entrevistamos con motivo de la publicación de su último libro, Aprende a vivir, aprende a comer, desde una óptica totalmente diferente y mucho menos conocida.
Nos encontramos en los jardines de La Maternitat de Barcelona, donde, hace veinte años, Núria comenzó su lucha contra la anorexia nerviosa. Una lucha que explica de forma valiente en su libro con todos los pormenores y sin tabúes y que pone profundamente en contexto, junto con otros problemas que la han hecho sufrir durante mucho tiempo, pero que ha conseguido dejar atrás. Iniciamos una conversación de dos horas sobre el tratamiento incompleto que se suele ofrecer en los centros hospitalarios en estos casos y la necesidad de entender y acompañar de verdad a las personas que los padecen.
Lo primero que sorprende viendo este libro nuevo es que no tiene nada que ver con los que has publicado antes: no hay ni una receta ni hablas de consejos o rutinas de alimentación. ¡Este libro es en toda regla tu autobiografía!
¡Sí! Bueno, la idea de escribir libros la he tenido siempre, y hace unos años, cuando estaba intentando recuperarme, pensaba que me gustaría contar mi experiencia con los trastornos de alimentación, porque me parecía que había muchos clichés y muchos prejuicios con los que yo no me sentía identificada. Siempre se habla de chicas inteligentes, perfeccionistas y superficiales, ya mí me parecía que aquellos trastornos eran síntomas de otros problemas más profundos.
¿Te lo han pedido los clientes, este libro? ¿Quieren conocer tu propia experiencia?
Lo que me ha pasado es que la gente me escribe correos desesperados. Quizás descubren mi historia a través de redes sociales, mi web u otras publicaciones en las que participo y me piden detalles de cómo lo superé. Pero es muy difícil de explicar, porque he hecho un montón de terapias y se trata de un proceso complejo, que no es de un día para otro y no se trata de nada concreto ni milagroso que te cure, sino de un conjunto de pasos. Y un día pensé que escribir un libro sería una buena manera de darle respuesta.
Pero tampoco se trata de un libro sobre la anorexia, exactamente. No hablas de las estrategias o trampas que usabas para esconder la comida o superar el hambre...
No. Y, de hecho, cuando me ingresaron por primera vez en este recinto de La Maternidad, me colgaron la etiqueta de “anoréxica” porque no comía y pesaba 36 kilos, pero no tenía estas estrategias que aprendí en el hospital tras conocer a otras chicas ingresadas. Detrás de estas etiquetas, hay problemas mucho más profundos. En el libro intento hacer un relato para que se entienda que muchas veces hay heridas emocionales que arrastramos desde la infancia y que, en un momento determinado, se pueden manifestar de formas diferentes, como pueden ser trastornos de alimentación, abuso de drogas, codependencia emocional u otras formas de autodestrucción que he podido experimentar. Hay que contar que todo esto es un caldo de cultivo que nos puede afectar de muchas maneras. En mi caso, también con malas digestiones, amenorrea, dolor físico, etc.
Núria, éste es un libro muy duro porque hablas sin rodeos de muchos temas que son tabú. Expones tan honestamente tu intimidad que, como lectora, he sentido incluso cierto pudor. ¿Crees que esta honestidad puede entenderse como morbo?
¡Espero que no! Mi intención no ha sido despertar morbo en ningún caso, sino demostrar que es mucho mejor exponer tu vulnerabilidad que no irte metiendo capas de protección, irte desdibujando e irte alejando de tu esencia, porque, ¿qué mal hay en decir que has tenidos trastornos de alimentación?
Pero la amenorrea, la desaparición de la regla, por ejemplo, es un desequilibrio que afecta a muchas mujeres del que no se suele hablar nada. Y tú lo explicas muy abiertamente. ¿Cómo puede que sea tabú algo tan importante como esto?
¡No lo entiendo! Yo he estado quince años sin tener la regla y no es normal. Incluso había ido a algún médico que me decía que no pasaba nada, que tenía ovarios poliquísticos y que por eso no me venía la regla, pero esta respuesta no me parecía normal. Una mujer con salud debe tener la menstruación, y tiene que tener sin dolor y siempre que toque. Y si no la tiene, es que algo va mal, y hay que fijarse bien.
En el libro haces una crítica dura al tratamiento que recibiste como paciente de anorexia nerviosa. ¿Qué hace mal la medicina convencional?
Bueno, hay muchas familias que internan a los hijos y creen que, por haberlos hospitalizado, ya solucionarán el problema. Pero no. Yo entiendo que hay que hacerlo, y que era el único recurso que tenían mis padres en ese momento, porque, si no, me hubiera muerto de inanición. Pero si te quieres curar, tienes que pasar por un tratamiento mucho más holístico; no se puede tratar a estas personas desde la etiqueta de “anoréxica” teniendo en cuenta sólo criterios de peso, sin trabajar las emociones, culpándolas de lo que hacen, acusándolas de mentirosas… En definitiva, no tratando desde el amor sino desde el castigo. Yo, por ejemplo, nunca me había tomado laxantes, y nadie se lo creía; siempre me acusaban de mentirosa. Ni tampoco había bebido nunca demasiado agua y, hospitalizada, me obligaban a beber mucha. Echaba de menos que alguien me escuchase de verdad.
¿Era un tratamiento muy frío?
Sí. Fue un tiempo muy duro. Piensa que te encierran aquí de un día para otro sin avisarte, rodeada de personas de todo tipo. Lo primero que vi cuando ingresé fue una chica corriendo de un lado a otro del pasillo con un brote esquizoide y eso fue muy impactante. Yo tenía un gran malestar, estaba deprimida y sólo sentía que me quería morir, y de golpe me encontré con todo este panorama… y en las horas de las comidas, si no te lo acababas todo, te castigaban, y a mí me parece que no era la mejor forma de ayudar a alguien.
¿El tratamiento sólo abordaba los efectos, pero no las causas? ¿Los trastornos alimenticios son sólo la punta del iceberg?
Claro. Ellos te daban el alta sólo porque habías llegado a un peso, que era el único baremo que utilizaban. Pero no me habían dado ninguna herramienta para aprender a amarme. Hablo de hace unos años y no sé si los tratamientos han evolucionado en este tiempo, y si ahora incluyen yoga, por ejemplo, o técnicas de meditación, pero en ese momento no.
Te condicionaban la dieta, y esto quiere decir que nos teníamos que comer absolutamente todo lo que nos ponían en el plato en treinta minutos. Si no nos lo comíamos todo, nos castigaban sin ver a la familia, o nos obligaban a comer unos potitos súper calóricos. A mí me obligaron a comer porque no había querido comer el riñón de un animal, que me daba mucho asco. Como me negué, querían que me comiera el potito, pero tampoco lo quise, y me lo querían inyectar por sonda. Y terminé encerrada en una habitación atada a la fuerza. No encuentro apropiado este protocolo de dejarme atada y aislada durante horas como si estuviera loca, porque nadie se tomó la molestia de entender que no rechazaba el riñón por adelgazar sino porque me daba asco. Y el castigo lo considero extremadamente desproporcionado y severo.
¿No se tiene en cuenta el hecho de ser vegetariano o vegano en estos casos?
Ahora no lo sé, pero hace quince años no te daban opción. Además, nos hacían engordar con productos tan poco saludables como el Cacaolat o la bollería industrial. Y creo que, en estos casos, es imprescindible hacer divulgación nutricional y de buenos hábitos alimentarios. Mi primera comida en el hospital fueron unos espaguetis a la boloñesa, una escalopa rebozada acompañada de patata, pan blanco, y no recuerdo el postre… pero las meriendas eran galletas con leche o tostadas con mantequilla y mermelada cualquiera. Es una lástima que no se aprovechen estos momentos para explicar a estas personas lo que su cuerpo realmente necesita y darles la posibilidad de transformar su relación con la comida, que debe pasar de ser conflictiva y agresiva a ser una relación de amistad.
Y a perder el miedo a las calorías...
¡Por supuesto! Porque cuando estás enferma, te dan el mismo miedo las calorías de un donut que las de un aguacate, y nutricionalmente no tienen nada que ver. Por lo tanto, es evidente que hay que abordar el sentimiento de culpabilidad.
Porque si no se aborda, ¿lo más fácil es que las personas recaigan?
Sí, porque ganas peso, pero las creencias siguen siendo las mismas, la falta de autoestima y las heridas emocionales son las mismas porque nadie te las ha trabajado. Y tu entorno, que puede que no te beneficie, también sigue siendo el mismo. O puede que incluso haya empeorado, porque la mayoría de familias se rompen, en estos casos.
¿Los trastornos de alimentación son enfermedades familiares?
Sí, y ésta es una de las primeras cosas que me dijo la psicóloga que realmente me ayudó, que yo era el síntoma de un problema que había en la familia, y que, si yo me movía, el resto de integrantes de la familia también lo harían. Y así fue. Quizás yo manifesté el malestar de una forma más peligrosa, pero nos afectaba a todos. Mi padre, como muchas veces suele ocurrir con la figura paterna, estaba del todo ausente porque era incapaz de conectar emocionalmente conmigo, huía, me culpaba o me castigaba. “¡Hasta que no te lo acabes todo no te levantarás de mesa!”. Yo entiendo que el abordaje por parte de los padres debe ser muy difícil y ha de desesperar, pero también les diría que no lo pueden dejar todo en manos de los centros hospitalarios y que traten de entender a los hijos y, sobre todo, de quererles mucho.
Hay quien dice que los trastornos alimentarios reflejan la incapacidad o el miedo de hacerse adulto.
Es un tema muy complejo, pero yo creo que hay una dificultad para aceptar y digerir la realidad y, por lo tanto, para poder madurar, sí. Porque, normalmente, somos muy jóvenes cuando esto ocurre y nadie te ha dado herramientas para gestionar los sentimientos. La rabia, la aceptación del cuerpo que va cambiando con la adolescencia, etc.
Y tú, para aprenderlo, hiciste un largo recorrido por diferentes terapias.
¡Buf! Hice de todo. Y, con el paso del tiempo y con las recaídas, me asusté porque tuve la sensación de que todo aquello se estaba cronificando. Ya no era un problema adolescente, y me daba miedo ver a mis compañeras de cuarenta años que seguían sufriendo anorexia nerviosa restrictiva. Empecé a hacer sesiones en grupo, fui a psicólogos, psiquiatras, pero me hartaron de pastillas, e iba todo el día drogada, como un autómata, cosa que no me sacaba ni la ansiedad ni los ataques de pánico. Hice todo: constelaciones familiares, kinesiología, reiki, flores de Bach, homeopatía… Por suerte sí que encontré una psicóloga con quien conectar y que realmente me ayudó a ir quitando capas y capas…
Y socialmente también te debía afectar mucho. ¿Perdiste muchas amistades?
Perdí y dejé de hacer. Interfería en todo. Es muy limitante porque crees que todo el mundo te va en contra y que nadie te entiende. Yo también era muy reservada y entiendo que fuera muy difícil acceder a mí, porque nunca me atrevía a explicar casi nada y estaba cargada de miedos. Ocultaba los trastornos de alimentación y los problemas que tuve después con las drogas. Tenía mucho miedo al contacto y el único lugar donde me sentía confortable era con mi madre; por eso generaba esta relación de codependencia con ella que tampoco era nada sana. Ni los amigos ni los profesores lo entendían mucho.
¿Cuál es la parte buena de todo esto?
Que ahora puedo tener relaciones mucho más sinceras, tanto conmigo misma como con los demás. Ya no estoy pendiente de quedar bien ni de qué pensarán de mí, intento expresar lo que siento desde el amor, pero no me lo quiero guardar. Y, por supuesto, tener una relación saludable con la alimentación, entre otras muchas cosas.
Ahora nos hablabas de tu psicóloga, pero, en el libro, la terapia que cuentas que te resultó más reveladora es la astrología psicológica. ¿De qué trata?
A mí la psicología siempre me ha interesado muchísimo y la astrología me interesaba de manera más superficial, pero no la conocía mucho. Este descubrimiento fue lo mejor, porque fue una herramienta que me explicó por qué, cómo y por qué finalidad eres como eres y vives lo que vives; fue fantástico, y me permitió eliminar este gran sentimiento de culpa que tenía. Sin embargo, también soy consciente de que ya me había trabajado mucho antes, y que la astrología llegó a mi vida en el momento en que yo estaba preparada para recibir todo el cambio que me ha revolucionado desde que la descubrí. Creo que cualquier persona a la que le expliquen su carta natal bien explicada, psicológicamente, puede encontrar muchas respuestas que a menudo no podemos entender, como las contradicciones internas. Para mí fue como abrir los ojos y conseguir dejarme en paz.
Expliquémoslo bien para que la gente lo entienda. No estamos hablando de horóscopos, sino de cartas astrales individuales, ¿verdad?
Sí, es un estudio muy complejo. En mi caso, la alimentación, por ejemplo, resuena mucho en mi carta y explica muchas cosas. Por ejemplo, es muy virgo prestar atención a la combinación de los alimentos, porque eres muy sensible a según qué mezclas. Pero yo no soy “sólo” virgo; tengo toda una carta natal muy compleja que explica mi bioindividualidad.
¿Puede haber algún tipo de dieta astrológica?
Sí. Y me encantaría algún día ser la primera en publicar un libro explicándolo. [Ríe.]
Núria, hoy en día te dedicas con éxito al coaching de salud y alimentación y defiendes, como ya hemos explicado muchas veces en Soycomocomo, una alimentación SEN (saludable, energética y nutritiva). La pregunta que todo el mundo te debe hacer es: ¿Te ha curado, la alimentación SEN?
No, y esto lo quiero dejar muy claro. La alimentación SEN me curó las digestiones, pero la sanación vino también a través de todo el trabajo personal y emocional que hice. La alimentación no me curó los trastornos de alimentación, pero sí me ayudó a enamorarme de los alimentos. De todos modos, quiero lanzar un mensaje muy positivo porque ahora desmiento que todo aquello fuera crónico, tal y como me habían dicho muchos médicos, porque ahora puedo vivir la vida plenamente y con mucha salud. Ahora como saludablemente, pero no obsesivamente.
¿Tienes ganas de trabajar con mujeres que hayan podido vivir lo mismo que tú?
Sí. De hecho, ahora empezaré un voluntariado de acompañamiento a personas con trastornos alimentarios, pero no les quiero hablar de alimentos, sino de autoestima y de emociones. No soy psicóloga ni pretendo serlo, pero sí creo que puedo acompañar a mucha gente desde otro punto de vista.
¿Siempre hay esperanza?
Yo creo que sí. Evidentemente, te tienes que esforzar, pero tienes que creer que puedes salir, pedir ayuda, ponerte en manos de alguien que te resuene y confiar en él, aunque sea duro porque te hace afrontar los miedos. Si eliges vivir, debes ser valiente y escoger vivir feliz. Aunque te dé miedo, ¡hazlo!