Si sois usuarios de la red de metro de Barcelona, seguramente os habrá llamado la atención un anuncio que desde hace algunas semanas se proyecta en las pantallas: una mujer bebe leche “enriquecida” con nueces y omega-3 pero cuando lee la letra pequeña de la etiqueta del producto se da cuenta que el preparado de nueces en polvo no supera el 0,05%. “Mentira podrida!”, denuncia el anuncio.

Hoy conversamos con Javier Guzmán, responsable de la campaña y director y portavoz de VSF Justicia Alimentaria, sobre las carencias y las peligrosas trampas del sector de la publicidad alimentaria en nuestro país.

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¿Qué es "Mentira podrida"?

Es una campaña que quiere denunciar y manifestar el fraude que existe en el ámbito de la publicidad alimentaria. En los últimos años, la publicidad está cogiendo los atributos de una alimentación saludable y más cercana, que se acerca al concepto de soberanía alimentaria. Las empresas se han apoderado de estos conceptos, los han vaciado, y los están utilizando para vender productos industriales que impactan en los consumidores, que piensan que están comprando productos naturales, artesanos, ecológicos, sanos, etc. Y también tiene un gran impacto en los agricultores y los artesanos de verdad que están haciendo bien las cosas y que no pueden llegar a los mercados. Además de la barrera administrativa con la que se encuentran para poder producir de forma artesanal, también tienen el problema de que la publicidad ha sido robada por las industrias.

La campaña cuenta la investigación que hemos hecho y cómo nos falta un marco regulador de este ámbito que otros países europeos sí tienen, sobre todo cuando hablamos de publicidad dirigida a los niños.

“Tenemos una publicidad engañosa, nos hace falta una regulación estatal, el etiquetado no es claro y el sistema de control es inexistente”

¿Qué eco está teniendo?

Hemos tenido muy buena acogida, hemos hecho tres vídeos virales, de contrapublicidad, con humor, para que la gente entienda bien la historia. Nos está viendo mucha gente desde el canal Metro de Barcelona; es como un anuncio. La gente se sorprende mucho porque cuesta aceptar que se trate de estafas tan descaradas, pero cuando lo cuentas con ejemplos y números, sale la indignación de descubrir todas estas mentiras; sobre todo la de los que han confiado en los alimentos milagrosos.

O los términos inventados como L-Casei, etc.

Sí, y la gente los compra porque cree que está comprando defensas para sus hijos, aunque eso no es verdad, como bien demostró la Agencia de Seguridad Alimentaria Europea hace cuatro años cuando dijo que no funcionaba. Pero, sin embargo, se mantiene esta publicidad. Lo más grave es que ni el Estado ni la Generalitat hacen nada, miran hacia otro lado. La gente se da cuenta de que realmente en la publicidad de la alimentación no hay ningún control.

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¿Es muy perverso utilizar figuras públicas como reclamo?

¡Por supuesto! Julia Otero, Susana Griso, Pedro Piqueras, Carmen Machi, Bertín Osborne, Karlos Arguiñano, etc. ¡Hay muchos! Nosotros estamos haciendo una parodia del anuncio de Bimbo de Eduard Punset. Si unes la credibilidad de cualquiera de estos personajes a un eslogan publicitario, ¡te lo crees! Parece muy sencillo pero detrás de todo esto hay estrategias de marketing muy potentes.

¿Y los productos light?

Hay muchos productos light a los que se ha quitado la grasa y se ha sustituido por azúcar; ¡así que poco acabamos ganando!

¿Habéis tenido ninguna respuesta por parte de estas marcas?

No. Nosotros tenemos esta campaña, que complementa otra que se llama “25 gramos”, sobre el tema del azúcar y el afán de regulación de este tema. A nivel europeo e internacional hay una campaña muy fuerte para controlar los niveles del azúcar. La OMS está intentando rebajar la cantidad de azúcar que ingerimos, ¡y en España tenemos que bajar de 114 a 25 gramos! Es una campaña muy focalizada en la publicidad infantil y demostró que en España no existe una regulación pública, sólo hay una privada que han hecho las empresas, que se han inventado el “código Paos”, y se han inventado también un jurado formado por miembros de las mismas empresas. Y, evidentemente, el veredicto es que siempre lo hacen todo bien. En esta campaña se denunció Nutrexpa y Danone por incumplir su propio código. Después de varios artículos en medios de comunicación de larga tirada se consiguió que estas dos marcas retiraran su publicidad. Lo que demostramos con esto es que las grandes empresas no están dispuestas a hacer nada porque detrás hay un gran vacío legal y político a favor de las empresas de gran consumo.

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¿Cuando dices publicidad infantil, te refieres a productos para niños o a que la publicidad se hace pensando en los niños y no en los padres?

Por un lado, hay productos para niños. Y, por otro, se debe tener en cuenta que el 80% de la publicidad está focalizada en los niños para que los pequeños condicionen la compra de los padres. No sólo en cuanto al tema de la franja horaria; también tiene que ver con los contenidos, la invención de personajes, etc. En muchos países de Europa está prohibido porque a veces los niños no saben distinguir la ficción de la realidad; mi hijo, por ejemplo, hace mucho más caso a Dora la exploradora que a mí. Y las empresas juegan con ello, con el poder enorme que hay detrás de un producto. El 90% de los productos que se anuncian por televisión deberían estar prohibidos.

El 80% de la publicidad está focalizada en los niños porque ellos condicionan la compra de los padres.

Aquí se produce una paradoja porque, por un lado, estos alimentos no son saludables, pero precisamente lo que se vende es que sí lo son. ¿Esto nos indica que el modelo de alimentación está cambiando porque la gente cada vez está más preocupada por la salud?

Sí. Por un lado, los agricultores quieren producir y ofrecer un tipo de alimentación y, por otra parte, los consumidores cada día quieren una alimentación más cercana, artesanal y saludable. Un modelo que no tiene nada que ver ni con los supermercados ni con las industrias. Las empresas se aprovechan para confundir a la gente. Hay casos muy evidentes, como los patés, que los anuncios dicen que llevan mucho hierro.

Hierro, entre otras muchas cosas ...

¡Claro! Hierro además de mucha grasa y mucho azúcar. No es un alimento saludable, pero se vende como si fuera una gran fuente de hierro. Toda la publicidad está basada en el concepto de salud. Uno de cada cuatro anuncios de alimentos nuevos utiliza el atributo “natural” o “sano”. Y es mentira, claro.

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Hay mucha gente que cree que la publicidad no le afecta.

¡La publicidad afecta muchísimo! Tiene un impacto altísimo porque cuando llegas a un supermercado ya vas muy condicionado por lo que has visto en la tele, en los periódicos, en las revistas, en internet … En Catalunya, las empresas de alimentación hacen una inversión de mil millones de euros anuales en publicidad. Y como consumidores, necesitamos mucha información para darnos cuenta de las mentiras que nos cuentan, ¡deberíamos ir con una calculadora al supermercado! Como tenemos poco tiempo, si vemos que una bolsa de patatas fritas es “artesanal”, nos lo acabamos creyendo o, como mínimo, no desconfiamos. Pensamos que estamos llenando el carro con salud y no es así.

¿Cómo debería ser una etiqueta correcta?

La etiqueta que ha salido con el reglamento nuevo la han vendido en los medios como un gran paso adelante, pero se trata de una batalla perdida de los consumidores. En Inglaterra, por ejemplo, hay un etiquetado de semáforo, las cantidades nutricionales son intuitivas, y se marcan en rojo, naranja o verde según sean más o menos saludables. Una buena etiqueta debe tener todo esto en la parte frontal del producto, con un cuerpo de letra que se pueda leer fácilmente. La gran batalla ha sido la cantidad diaria recomendada.

A menudo, esta cantidad se calcula con porciones.

Sí, y aquí está el engaño. Lo ideal sería que los porcentajes se hicieran sobre cien gramos, porque sería mucho más fácil de interpretar que con porciones, porque las porciones que te indican los fabricantes siempre son más pequeñas de las que acabamos consumiendo. La información está pero camuflada, y esto hace que suponga un esfuerzo llegar a entender lo que se está comiendo.

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¿Por lo tanto, no tenemos acceso a la información?

No. Tenemos una publicidad engañosa, nos falta regulación estatal, un etiquetado que no es claro y un sistema de control inexistente. En resumen, un ultraje a medida para grandes empresas que, lógicamente, silencia los pequeños productores que intentan apostar por otro sistema de consumo y producción.

¿Y en el sello ecológico podemos confiar, o también hay fraude?

Tenemos dos formas básicas de saber si un producto es ecológico o no: la primera, el sello, que es el certificado más estricto del mercado. Hay muchísimas trabas para la producción ecológica y esto quiere decir que si se logran superar todas y obtener el sello, podemos estar seguros de que ese producto ha pasado controles muy severos de sanidad. Y la segunda es la certificación participativa, que es nuestra comunicación directa con cooperativas de consumo o agricultores o artesanos. Cuanto mayor es la cadena alimentaria que va desde el productor hasta el consumidor final, más intereses económicos y más riesgos sanitarios habrá.

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¿Qué podemos hacer como consumidores?

Primero, despertarnos y abrir los ojos. Debemos analizar lo que compramos e intentar cambiar los hábitos de consumo, apostar por una producción mucho más local, con cooperativas de consumo, tiendas del mercado o de barrio. Y, sobre todo, presionar a la administración pública para que establezca un marco regulador en este campo. En Francia y en Italia, la venta directa del productor llega al 20%. En España, en cambio, no llega al 3%. Estos dos países vecinos tienen la suerte de tener promociones a favor de la producción local y a nosotros todavía nos queda mucho camino por recorrer.

Marta Costa
Marta Costa

Periodista y posgrado en Comunicación Alimentaria.

  @marta_coor