Llega la Navidad y también las comidas familiares, con amigos… La Navidad es una fiesta eminentemente gastronómica. Al lado de los clásicos de estas fechas, encontramos, cada vez más, platos como langostinos, ensalada de piña, foie gras, entre otros. Sin embargo, ¿de dónde vienen estos alimentos? ¿Cuántos kilómetros recorren antes de llegar a nuestro plato? ¿Cómo han sido elaborados?
Un informe de Amigos de la Tierra señala que la media de kilómetros que hace un alimento del campo a la mesa es de más de cinco mil, con el impacto medioambiental consiguiente. Si contamos que algunos de estos productos vienen de cerca, quiere decir que de otros llegan de muy lejos. Pero lo más paradójico de todo es que una parte importante la podemos encontrar producida, también, en el ámbito local. ¿Por qué, entonces, los consumimos de sitios tan remotos? Los salarios bajos, la persecución sindical, la legislación medioambiental flexible en numerosos países del sur que da beneficios muy importantes a las empresas del sector son la respuesta. Que este modelo genere gases de efecto invernadero, explotación laboral y alimentos de baja calidad, parece que no importa.
Si analizamos el menú de Navidad, vemos que un buen puñado de los productos que consumimos han viajado millares kilómetros antes de llegar a nuestro plato. Los langostinos, habituales en esta época del año, son un buen ejemplo. La mayoría provienen del trópico latinoamericano o asiático. Aparte del largo viaje, su producción tiene un impacto muy negativo socialmente (sueldos de miseria y uso sistemático de químicos y antibióticos para conservarlos) y medioambiental (destrucción de fondo marino por la pesca de arrastramiento y de manglares talados para construir piscifactorías). El Estado español es el importador principal de langostinos de la Unión Europea.
La piña se ha convertido, los últimos tiempos, en otro de los clásicos de las fiestas, pero tres cuartas partes de las que se comercializan en Europa provienen de Costa Rica. Unas cuantas plantaciones y multinacionales monopolizan su producción e imponen unas condiciones laborales extremadamente precarias. Un informe de Consumers International indica que sus trabajadores tienen problemas de salud importantes debido a la utilización masiva de agroquímicos y la organización de la plantilla es prácticamente inexistente por culpa de la política antisindical de las empresas.
Incluso un alimento tan típico como la uva de fin de año viene, mayoritariamente, de Chile. Si antes había variedades locales con una maduración tardía, hoy la mayor parte de la que consumimos en estas fechas llega de la otra punta del planeta. O si por Navidad comemos melón con jamón, ya no lo hacemos de la variedad de invierno, sino que terminamos comprando productos que han sido conservados durante meses en cámaras frigoríficas, donde han perdido muchas propiedades, o que vienen de sitios tan lejanos como América del Sur.
El pollo asado, relleno o el capón son otros platos típicos. El consumo de carne, nos dicen, resulta imprescindible en estas fiestas y consumimos animales engordados con piensos transgénicos con miles de kilómetros a los hombros, a los que les inyectan preventivamente altas dosis de fármacos y los crían en granjas de producción intensiva, situadas por todo el mundo, donde los tratan como “cosas” y vulneran sus derechos. Y no hablemos del foie gras, servido en los entrantes de Navidad, ni de cómo se elabora.
Los alimentos kilométricos se han convertido en parte de nuestra alimentación cotidiana. Comida cargada de injusticia con las personas, los animales y el medio ambiente. La alternativa está en el consumo local, ecológico, sin explotación animal, de proximidad, a pequeña escala. Apostamos por un consumo crítico tanto por Navidad como el resto del año.
Esther Vivas, periodista y investigadora en políticas agrícolas y alimentarias. @esthervivas | facebook.com/esthervivas | www.esthervivas.com