carneLa carne se ha convertido en indispensable en nuestras comidas. Parece que no podamos vivir sin. Si, hasta hace pocos años, tomar carne era un privilegio –una comida de fechas señaladas–, hoy es un acto cotidiano. Quizás, incluso, demasiado cotidiano.
Comer carne se asocia a progreso y modernidad. De hecho, en el Estado español entre 1965 y 1991 la ingesta se multiplicó por cuatro, especialmente la de cerdo, según datos del Ministerio de Agricultura. En los últimos años, pero, el consumo en los países industrializados se ha estancado o incluso ha disminuido, a causa, entre otros, de los escándalos alimentarios (vacas locas, gripe aviar, pollos con dioxina, carne de caballo en lugar de vaca, etc.) y una mayor preocupación sobre lo que comemos. De todos modos, cabe recordar que también aquí, y más en un contexto de crisis, amplios sectores de la sociedad no pueden optar a alimentos frescos y de calidad ni escoger entre dietas con o sin carne.
La tendencia en los países emergentes, como Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica, los llamados BRICS, en cambio, va en aumento. Concentran el 40% de la población mundial y, entre 2003 y 2012, su consumo de carne aumentó un 6,3%, y se espera que entre 2013 y 2022 crezca un 2,5%. El caso más espectacular es el de China, que ha pasado en pocos años, de 1963 a 2009, de consumir 90 kilocalorías de carne por persona al día a 694, como indica el Atlas de la Carne. ¿Los motivos? El aumento de la población en estos países, su urbanización y la copia de un estilo de vida occidental por parte de una amplia clase mediana. De hecho, definirse como “no vegetariano” en la India, un país vegetariano por antonomasia, se ha convertido, entre algunos sectores, en un estatus social.
Un consumo caro para el planeta
Pero el incremento de la ingesta de carne en el mundo no resulta gratuito sino que sale muy caro, tanto en términos medioambientales como sociales. Para producir un kilo de carne de ternera, por poner un ejemplo, hacen falta 15.500 litros de agua; mientras que para producir un kilo de trigo hacen falta 1.300, y para un kilo de zanahorias, 131, según datos del Atlas de la Carne. Entonces, si para satisfacer la demanda actual de carne, huevos y derivados lácteos en todo el mundo hacen falta cada año más de 60 mil millones de animales de granja, engordarlos sale carísimo. De hecho, la cría industrial de animales genera hambre, puesto que 1/3 de las tierras de cultivo y un 40% de la producción de cereales en el mundo se destina a alimentarlos, en lugar de dar comida directamente a las personas. Y no todo el mundo puede pagar un trozo de carne de la agroindustria. Según datos del Grupo ETC, 3.500 millones de personas, la mitad de los habitantes del planeta, podrían nutrirse con lo que consumen estos animales.
Además, vacas, cerdos y gallinas, en el modelo de producción industrial e intensivo actual, son algunos de los generadores principales de cambio climático. ¡Quién lo diría! Se calcula que la ganadería y sus subproductos generan el 51% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. De hecho, una vaca y su ternero en una granja de carne emiten más que un coche con trece mil kilómetros a las espaldas, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO). Nosotros, al comérnoslos, somos corresponsables.
El maltrato es la cara más cruenta de la ganadería industrial, en la que los animales dejan de ser seres vivos para convertirse en cosas y mercancías. El documental Samsara, sin escenas de violencia explícita, muestra la brutalidad oculta, extrema, de las granjas de producción de carne, leche…, en las que los animales malviven y los trabajadores los descuartizan, golpean, destripan como si fueran objetos. Un modelo productivo que tiene los orígenes en los mataderos de Chicago, a principio del siglo XX, donde la producción en línea permitía, en sólo quince minutos, matar y trocear una vaca. Un método tan “eficiente” que Henry Ford lo adoptó para fabricar automóviles. Para el capital, no hay diferencia entre un coche y un ser con vida. ¿Y para nosotros? La distancia entre el campo y el plato se ha hecho tan grande en los últimos años que, como consumidores, ya no somos conscientes muchas veces que detrás un embutido, una lasaña o unos espaguetis a la carbonara había vida.
Trabajo precario
Las condiciones laborales de los que trabajan en estas granjas dejan mucho que desear. De hecho, entre los animales que se sacrifican y los empleados que trabajan hay más puntos en común de lo que estos últimos se piensan. Upton Sinclair, en su brillante obra La jungla, en la que retrataba la vida precaria de los trabajadores de los mataderos de Chicago los primeros años del siglo pasado, lo dejaba claro: “Se sacrificaban hombres igual que se sacrificaban animales: les cortaban cuerpos y almas a trozos y los convertían en dólares y céntimos”. Hoy, muchos mataderos contratan en condiciones precarias a personas inmigrantes, mexicanos en los Estados Unidos, como retrataba el film excelente de Richard Linklater Fast Food Nation, o del Este de Europa en los países del centro de la Unión. La obra de Sinclair continúa, cien años después, siendo actual.
La industria ganadera, así mismo, tiene un efecto nefasto sobre la salud. El suministro sistemático de medicinas de forma preventiva a los animales para que puedan sobrevivir en condiciones pésimas de estabulación hasta el matadero y para engordar más rápido y con menos coste para la empresa, hace que se desarrollen bacterias resistentes a estos fármacos. Unas bacterias que fácilmente pueden pasar a las personas a través, entre otros, de la cadena alimentaria. En la actualidad, según la Organización Mundial de la Salud, se suministran más antibióticos a animales sanos que a personas enfermas. En China, por ejemplo, se estima que cada año se dan más de 100 mil toneladas de antibióticos a los animales, la mayoría sin ningún tipo de control, y en los Estados Unidos, el 80% de los antibióticos que se suministran van a parar al ganado, como indica el Atlas de la Carne. Y eso no es todo, la propia FAO reconoce que en los últimos quince años, el 75% de las enfermedades humanas epidémicas tienen origen en los animales, como la gripe aviar o la porcina, consecuencia de un modelo ganadero insalubre.
¿Quién gana con este modelo? Obviamente nosotros no, aunque nos quieran hacer creer lo contrario. Unas cuantas multinacionales –muy pocas– controlan el mercado: Smithfield Foods, JBS, Cargill, TysonFood, BRF, Vion. Y obtienen beneficios importantes con un sistema que contamina el medio ambiente, genera cambio climático, explota a los trabajadores, maltrata a los animales y nos pone enfermos.
Una pregunta se impone: ¿podemos seguir comiendo tanta carne?