La guerra contra el plástico se ha extendido en todo el mundo. Si hace pocos años se trataba de la lucha minoritaria de algunos activistas, ahora ya se ha convertido en una pugna de alcance global que une ONG, asociaciones medioambientales, partidos políticos y, muy especialmente, grupos de consumidores.

Aunque el reciclaje ha sido una de las grandes iniciativas que se han llevado adelante desde las instituciones públicas durante los últimos años, con más o menos éxito, ahora ya sabemos que solo el 10% del plástico que tiramos al contenedor amarillo se acaba reciclando. La alarma se dispara cuando descubrimos a qué sitios va a parar el 90% restante: la mayoría termina acumulándose en grandes vertederos de desechos o bien inunda y contamina los océanos. De hecho, según denuncia Greenpeace, cada minuto los océanos reciben el equivalente a un camión de basura de plástico, lo que supone la muerte anual de más de un millón de aves y cien mil mamíferos marinos que ingieren el plástico (o bien quedan atrapados en él) que encuentran en su hábitat natural.

Todo ello es consecuencia del uso desorbitado que hacemos en todo el mundo de este material no reciclable. ¿Os habéis dado cuenta de que el contenedor de plástico es el que se llena más deprisa? Aunque es un material tóxico que puede actuar como disruptor endocrino, se encuentra en todas partes y es el contenedor y el embalaje estrella de todo tipo de productos de larga o corta duración. Lo más escandaloso, sin embargo, es la presencia que tiene el plástico en el sector alimentario, ya sea en forma de bolsas, cubiertos, vasos y platos desechables (que, por cierto, ya están prohibidos en Francia), o bien como embalaje de productos alimenticios. Lo absurdo toca techo cuando encontramos piezas de fruta o verdura con piel, tales como naranjas, aguacates, plátanos o pepinos, envasadas individualmente en plástico.

El éxito del concepto de marketing de la “monodosis” atenta claramente contra el medio ambiente: si bien resulta obvio que necesitaremos un recipiente para llevarnos, por ejemplo, un paquete de arroz (que podría embalarse perfectamente en materiales reciclables como el papel), la justificación de envolver un plátano o cualquier pieza con una piel que no comeremos resulta aún más inexcusable.

Comprobadlo en cualquier supermercado. Si dais una vuelta por uno, fotografiad el plástico de la comida y publicad la foto en Twitter o Instagram con las etiquetas #DesnudaLaFruta, #BreakFreeFromPlastic o #RidiculousPlastic; os estaréis sumando a la campaña popular que inunda las redes desde hace unas semanas y que tiene el objetivo de agitar conciencias, cambiar hábitos de consumo y eliminar este material tóxico e insostenible de nuestra comida y de nuestras vidas.

La ONG ambientalista Greenpeace también se ha adherido a ella y ha puesto en marcha una recogida de firmas a nivel mundial para exigir a las empresas y a los supermercados que eliminen los plásticos desechables. Y ya suman más de un millón de personas.

En el sector eco, también hay un cambio de conciencia. Si nos preocupamos por los métodos de producción y el origen de los productos, ¿por qué no nos ocupamos de forma definitiva del embalaje, y garantizamos un producto sostenible de verdad? Por muy ecológico que sea un aguacate, y por muy respetuosa con la tierra que sea la producción, comprarlo envasado en plástico es una contradicción que atenta contra el concepto real de “ecológico”: la sostenibilidad ambiental.

El uso diario del plástico en cualquiera de sus formatos y funciones debe ir claramente a la baja si aspiramos a tener un entorno saludable y respetuoso con el medio ambiente y la biodiversidad del planeta. De una vez por todas, ¡hagamos el cambio de chip, sustituyamos el plástico por otros materiales verdaderamente reciclables, volvamos a comprar a granel, a reducir y reutilizar y caminemos hacia el residuo cero!

Marta Costa
Marta Costa

Periodista y posgrado en Comunicación Alimentaria.

  @marta_coor