grupos de consumoQueremos decidir sobre lo que comemos, de dónde viene, cómo ha sido cultivado, por quién, cómo se establece el precio. En un mundo globalizado, en el que la distancia entre producción y consumo es cada día mayor, hay muchos que se preguntan sobre el origen de los alimentos. Los grupos y las cooperativas de consumo agroecológico son la mejor expresión de esta voluntad de recuperar la capacidad de decidir sobre nuestra alimentación.

Se trata de vecinos de un barrio o de una ciudad que se ponen de acuerdo para comprar directamente a uno o varios productores de su entorno, y apostar por otro modelo de agricultura y consumo, organizándose a partir de asociaciones o de sociedades cooperativas. Algunas tienen personal remunerado; la mayoría no. Son experiencias que fortalecen las relaciones sociales en el territorio, que promueven la economía solidaria, que generan puestos de trabajo nuevos al campo en plena crisis económica.

El objetivo es devolver el papel central del campesinado y los consumidores a la hora de definir las políticas agrícolas y que la alimentación no dependa de los intereses económicos de unas cuantas multinacionales de la agroindustria. Los criterios de justicia medioambiental y social son los que prevalecen. Por este motivo, ya no se habla sólo de agricultura ecológica sino de agroecología, que defiende un modelo agrícola sin pesticidas químicos ni transgénicos pero también de proximidad, local y campesino.

La soberanía alimentaria es el principio que guía estas experiencias. Ser soberanos, tener el derecho a decidir, sobre la producción de comida. Una práctica que coloca en el centro la defensa de un mundo rural vivo y las necesidades de los consumidores, que recupera semillas de variedades autóctonas en peligro de extinción y que cultiva teniendo en cuenta los ciclos de la natura.

En Catalunya, los antecedentes de estas experiencias se remontan a finales de los años ochenta y principios de los noventa, cuando en Reus, Girona y Barcelona se constituyeron los primeros grupos de consumo: El Brot (1987), El Rebost (1988) y Germinal (1993), respectivamente. Pero no fue hasta más allá del 2000 que hubo un crecimiento exponencial; a día de hoy hay más de un centenar de grupos de consumo en todo el territorio catalán, situados, principalmente, en el área metropolitana, donde la distancia entre el campo y la ciudad es mayor.

La coordinación entre estas iniciativas, pero, es más bien débil, a pesar de que hay marcos de trabajo estables como la Coordinadora Catalana de Organizaciones de Consumidores de Productos Ecológicos (Ecoconsum), que reúne a 25 grupos, y La Repera, que organiza periódicamente jornadas y debates entre campesinos y consumidores. Localmente, hay, también, marcos de coordinación, como en el barrio de Gràcia, en Barcelona, donde desde hace años está el espacio de encuentro de Cooperatives amb Gràcia.

Los grupos y las cooperativas de consumo, de todos modos, no son la única vía para estrechar los lazos entre el campo y el plato. Últimamente, han proliferado los huertos urbanos, los mercados campesinos, el regreso de jóvenes al campo, la venta directa en fincas… que demuestran que otras prácticas en la producción y el consumo de alimentos no sólo son necesarias sino que son posibles y viables.

Artículo escrito por:

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Esther Vivas, periodista e investigadora en políticas agrícolas y alimentarias.

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