“No me gusta”, “no quiero más”, “no tengo hambre”… A menudo, este tipo de negativas nos descolocan y no entendemos qué pasa. Si nos disponemos a descubrir qué hay detrás de este no, podremos interpretar mejor qué mira de expresar. La comunicación con el niño funciona con unos parámetros muy diferentes de los que estamos acostumbrados a utilizar; despacio los iremos conociendo y distinguiendo.
En el entorno más cercano siempre puede haber diferentes opiniones cómo: no come bastante, está muy delgado, es muy terco… Escuchamos y nos informamos, pero finalmente quién decide somos nosotros. En este caso, como adultos tenemos una responsabilidad doble: alimentar y favorecer la adquisición de los buenos hábitos alimentarios.
Para un niño, la alimentación es una necesidad vital pero al mismo tiempo un canal muy importante de comunicación; hay que confiar en la intuición y funcionar con sentido común.
Cuando no quiere más, no hay que insistir. El niño nace con un instinto que le ayuda a autoregularse de forma natural; si lo respetamos y lo potenciamos, sabremos darle lo que necesita, pero sobre todo le ayudará a lo largo de la vida a la hora de reconocer sus propias necesidades.
Cuando introducimos un alimento nuevo y no le gusta, como por ejemplo la tortilla, nos preguntamos si será por la textura. Otro día le ofrecemos un huevo frito y también lo rechaza. Nos preguntamos, entonces, si, quizás, no le gusta el huevo. Si el rechazo es finalmente al alimento en general, podemos optar por otras proteínas, pero en ningún momento lo tenemos que forzar a comer.
Cuando se manifiesta el momento que vive a través de la alimentación: el momento de adaptación a la guardería, el paso del triturado al sólido, el control de esfínteres, la tensión familiar, el nacimiento de un hermano… El alimento tiene un papel emocional muy importante; nosotros como adultos también lo vivimos y lo manifestamos, por este motivo hay que tener la máxima comprensión.
El deseo del niño que quiere empezar a alimentarse solo, y coger él mismo la comida, se tiene que saber respetar. Para el niño, la manipulación y exploración de la comida puede ser más interesante que la comida en sí.
Si no quiere comer, los motivos de la negativa pueden ser los siguientes, entre otros:
- Es un alimento nuevo (no lo conoce).
- El ambiente no es el adecuado (música fuerte, ruidos).
- Es pronto (quizás todavía no tiene hambre).
- Tiene malestar (está enfermo).
Cuando valoramos todos los puntos, tomamos conciencia del acto alimentario, en el que el alimento es un elemento más que hay que tener en cuenta, pero no el único.
Hay intolerancias que se han detectado primero por un rechazo del niño hacia el alimento; esto nos confirma que el niño y el adulto tienen que compartir el momento para aprender mutuamente el uno del otro.
Las emociones alteran los alimentos, y los alimentos pueden alterar las emociones; es preciso que tengamos muy presente esta conexión. Nos nutrimos con los alimentos, nos alimentamos con la vida.