La fiebre es calor y a menudo es la respuesta para combatir la agresión de un microorganismo, que produce un aumento de la temperatura corporal superior a 37,5 °C.
Desde la antigüedad y en todas las culturas, el calor se considera indispensable para cualquier modo de vida en la Tierra. Es el origen de la vida.
El ser humano genera calor y lo regula en función de la temperatura exterior, que sería el calor físico; pero también hay otra forma de calor, el anímico, que es una propiedad exclusivamente humana y que no se puede medir con un termómetro. Por lo tanto, el calor es, además de una energía generada por partículas, una expresión del sistema anímico. El calor físico y el anímico están íntimamente relacionados y se influencian constantemente. Cuando tenemos explosiones violentas de rabia o de vergüenza, generamos calor, que, en el ámbito físico, se manifiesta por el enrojecimiento de la cara. En cambio, cuando tenemos miedo o sentimos odio, notamos frío.
En realidad, es el mismo calor, pero con actividad más interna o externa. Todas las vivencias anímicas agradables y que nos aportan calor contribuirán a reforzar las defensas y nos ayudarán a mejorar la salud del organismo. Podemos decir que esta organización calórica es el vehículo de la esencia humana y que es un termostato de la salud.
El niño, cuando nace, lo hace en un cuerpo físico que ha heredado de sus padres; a través de diferentes procesos inflamatorios sufrirá una transformación que lo convertirá en un ser individual diferente a cualquier otro para poder desarrollar su destino.
Una de las características de este proceso de transformación es la aparición de procesos inflamatorios frecuentes –caracterizados por un síntoma principal, la fiebre–, que se producen principalmente durante los siete primeros años de vida, período en el que, tradicionalmente aparecían las enfermedades infantiles clásicas (sarampión, rubeola, varicela). Estos procesos de calor repetido permiten adecuar el cuerpo heredado de los padres a las características de un yo individual. La fiebre ayuda a los niños a conquistar su cuerpo físico, a hacerlo suyo para poder expresarse mejor a través de él y, por lo tanto, a realizarse mejor como ser humano. Estas “crisis” que suponen las enfermedades en la infancia permiten modificar la herencia y reconstruir el organismo.
Una enfermedad clásica como el sarampión tenía diversas fases: la incubación, el período catarral, el exantema, la resolución y la convalecencia. Al final se producía un proceso de descamación y aparecía piel nueva y mucosas nuevas; o sea, se producía la síntesis de una proteína nueva propia del niño y diferente a la de sus padres, que era heredada. Actualmente estas enfermedades son poco frecuentes por las vacunas, pero hay otros procesos inflamatorios, más cortos y menos intensos, que es importante respetar, ya que son normales y muy saludables en esta época de la vida.
La fiebre es un síntoma producto de la activación del sistema inmunitario y una reacción saludable y esperable a la invasión de microorganismos. Cada infección sufrida y superada representa un aprendizaje para el sistema inmunitario del niño.
“Dadme el poder de producir fiebre y sanaré cualquier enfermedad.” Parménides S. IV aC
La fiebre es uno de los mecanismos del organismo para poner a máximo rendimiento el sistema inmunitario. Cuando la fiebre sube, se activan los leucocitos y se forman anticuerpos y otras reacciones que conducen hacia el proceso curativo de forma local o global. La acompañan procesos de descomposición, eliminación y desintoxicación dirigidos sobre todo a la renovación y regeneración de los tejidos.
¿Qué consecuencias puede tener inhibir la fiebre cuando hay una infección?
La medicina oficial sabe que la fiebre tiene algunos aspectos positivos científicamente comprobados, como la activación de los mecanismos de defensa y la inhibición de las bacterias y virus gracias a la elevación de la temperatura corporal. A pesar de ello, se sigue insistiendo en suprimir la fiebre como primera medida ante cualquier proceso infeccioso. Se actúa como si la fiebre fuera un efecto secundario negativo y niega la evidencia que es una actividad corporal propia altamente efectiva con el objetivo de superar las enfermedades y mejorar la salud general. Si no hay fiebre, no hay enfermedad; como cuando los niños pequeños piensan que son invisibles si se tapan los ojos. Niega sistemáticamente la evidencia que es una reacción calórica del cuerpo altamente efectiva y poderosa para superar la enfermedad y que es un signo que el sistema inmunitario funciona bien. No todos los estados febriles son una amenaza para el niño; hay que valorar el estado general y la presencia de signos y síntomas.
La fiebre y las enfermedades tienen un sentido y reprimirlas o suprimirlas solo debilita el organismo y su capacidad de defensa cuando la necesitamos.
Adquirimos salud a través de un proceso de aprendizaje superando enfermedades y situaciones críticas o conflictivas.
Hay muchos estudios que demuestran que el uso de antibióticos y antitérmicos de forma indiscriminada favorece la aparición de enfermedades alérgicas e inmunitarias. Antes ya hemos comentado que la enfermedad produce un cambio calórico que tiene una influencia evolutiva en el ámbito físico, mental y emocional. En el niño pequeño estos cambios son más evidentes. No es extraño ver, después de una enfermedad febril que se ha dejado evolucionar sin suprimirla, cambios importantes en el niño, tanto físicos como de personalidad.
La fiebre, aparte de ser un mecanismo de defensa, tiene un impacto directo en el proceso madurativo del niño. En realidad, tiene un efecto pedagógico, ya que a través del mismo esfuerzo, aprende cosas nuevas. Cuando damos antitérmicos y antibióticos impedimos que el organismo se involucre y aprenda, y provocamos más debilitamiento a todos los niveles. En el futuro, en casos más graves que las típicas enfermedades febriles de la infancia, el organismo, que no estará entrenado, no será capaz de resolverlos satisfactoriamente.
El entrenamiento del sistema inmunitario de hoy son las defensas del día de mañana.
La fiebre es un esfuerzo del organismo para mejorar a todos los niveles y refleja la voluntad de vivir. Si inhibimos repetidamente la fiebre, inhibimos también esta voluntad y podemos estar influenciando negativamente el desarrollo de la personalidad del niño favoreciendo la tristeza, la depresión y la melancolía. Debemos aprender a perder el miedo y a aceptarla como un regalo.
Patrones de fiebre
Podemos hablar de diferentes tipologías de niños según el patrón febril.
- Niños que casi no sufren episodios febriles.
- Niños con episodios febriles largos, pero poco intensos.
- Niños con picos altos de fiebre frecuentes pero de corta duración.
- Niños que pasan años sin tener fiebre, pero que, cuando tienen, es muy intensa.
- Niños que, ante cualquier trasiego emocional, tienen fiebre (cuando la madre se va de viaje y se quedan con los abuelos, antes de las excursiones escolares, de los exámenes…).
- Niños que hacen un esfuerzo intelectual demasiado precoz e intenso y su energía baja. Parece que el proceso febril les dificulta la capacidad de pensar y que pierden días en la escuela, pero durante este tiempo han podido descansar y recuperarse del trabajo intelectual o del estrés y reforzar el proceso de crecimiento personal.
- Carga hereditaria.
Iniciador de la fiebre
¿Quién o qué inicia este proceso?
La medicina busca siempre causas exteriores: bacterias, virus, toxinas… que, en realidad, solo serán los desencadenantes si el sistema inmunitario está predispuesto. La medicina sigue luchando para controlar estos agentes externos mediante antimicrobianos y vacunas en lugar de tratar de reforzar la inmunidad.
La capacidad de generar fiebre se correlaciona con un grado alto de autonomía. Con la fiebre no solo eliminamos el extraño que nos ha invadido (los microorganismos) sino también parte de lo que hemos heredado. La fiebre es una necesidad evolutiva humana. El niño debe aprender a sobrevivir en la naturaleza y por eso necesita remodelar el cuerpo y hacer suyo todo lo que ha heredado. Diríamos que la salud individual se conquista durante la infancia. Por eso las enfermedades febriles infantiles son una oportunidad de desarrollo que cada individuo aprovechará en el momento más oportuno. El médico solo se debería preocupar de regular esta actividad inflamatoria y de dar apoyo a los niños y a los padres. Solo se debería reprimir la inflamación en caso de no lograr el bienestar del paciente. El médico se debería encargar de detectar situaciones que requieren una actuación supresora, vigilar la evolución del proceso febril y la aparición de complicaciones y acompañar al paciente con medidas que faciliten la superación de la enfermedad de una forma respetuosa.
Hay tres situaciones que implican a gravedad:
- Las complicaciones de la fiebre: Las convulsiones febriles. Solo en niños con inmadurez en la organización del sistema calórico.
- Cuanto la fiebre es debida a una enfermedad agresiva. Aún siendo un signo de lucha del sistema inmunitario, a veces la fiebre puede formar parte de una enfermedad grave (sepsis, meningitis, epiglotitis, mastoiditis…) y entonces es importante hacer un tratamiento supresivo urgente (antibióticos, antiinflamatorios…).
- Cuando el paciente no tiene recursos para superar la enfermedad. A veces el niño tiene recursos, pero la familia no, y deberemos actuar en consecuencia.
Actuación ante el niño con fiebre
Tranquilidad y calor para superar cualquier enfermedad febril.
Una de las formas de mantenerla controlada es con reposo y ayuno. Excepto cuando hay una causa grave, no está justificado suprimir la fiebre, y menos con la intención de reincorporar a “su actividad normal” al niño o –aún peor– a los padres.
Durante la fase de subida, las partes distales del cuerpo están frías, hay una centralización del calor y muy a menudo se acompaña de escalofríos y temblores. En este momento no están indicadas las aplicaciones externas para enfriar el cuerpo; lo más importante es la presencia de los padres y tapar al niño para ayudarlo a recuperar la temperatura adecuada.
Cuando la fiebre se ha estabilizado y el niño ya no tiembla y está tranquilo, se pueden realizar aplicaciones externas para atenuar el exceso de calor y mejorar el estado general del niño.
Aplicaciones externas
Compresas de agua tibia con zumo de limón sobre los tobillos.
Infusiones
Como la fiebre es calor y es un fenómeno yang podemos ayudar a controlarla con alguna bebida que refresque.
- Bebida de rabanito y nabo. Rallar 3 cucharadas de nabo en una taza de té bancha y mezclar unas gotas de soja y jengibre fresco rallado. Se debe beber inmediatamente. Induce el sudor en caso de fiebre.
- Té de shiitake. Poner en remojo 2 setas shiitake cortadas a trocitos, hervir en dos tazas de agua a fuego lento hasta que el líquido se reduzca en una taza. Beber media taza. SE puede añadir endulzante natural.
- Zumo de manzana diluido en agua.
- Zumo de verduras.
- Infusión tibia de manzanilla o tila.
- Agua con unas gotas de extracto de equinácea.
“Un auténtico ser humano es quien soporta mucho calor y tiene el valor de pronunciar palabras que calientan el alma. Eso exige mucho más valor que practicar la frialdad interpersonal. Una persona que dirige su vida hacia el futuro, debe abrirse cada vez más a todo tipo de calor, porque el calor es amor y el calor debe ser resistido.”
Jürg Reinhard
Aplicaciones externas (solo cuando la fiebre ya ha subido; nunca cuando hay escalofríos)
- Fiebre moderada. Emplasto de clorofila, rodajas de pepino, compresas de agua fría con gotas de esencia de lavanda o menta.
- Fiebre muy alta. Emplasto de tofu.
Aunque es mejor no comer nada, son aptos alimentos básicos como fruta cocida, verduras al vapor o cremas de cereales.
Las flores de Bach y la homeopatía también pueden acompañar este proceso de una forma respetuosa.
La lucha contra la fiebre significa impedir la participación del espíritu humano. Los antitérmicos y antibióticos solo se deben dar cuando el organismo no puede hacer frente él solo a la infección o cuando hay una patología grave. El trabajo del médico debe ser el de valorar el riesgo/beneficio y aplicar la famosa cita de Hipócrates, padre de la medicina occidental, que dice “Primum non nocere” (‘lo primero es no hacer daño’).
Artículo escrito por:
Anna Bonamusa
Médico pediatra homeópata
Correo: alonnisos12@gmail.com
Máster en Homeopatía clásica por la Universidad de Barcelona. Máster en el Institut Homeopàtic de Catalunya. Diplomada por la International Academy of Classical Homeopathy Dr. George Vithoulkas (Alonnisos, Grècia). Diplomada en alimentación consciente i energética.