“Si los niños se acercan a la naturaleza, mejoran. La obesidad, los trastornos mentales –como la hiperactividad– se alejan. Y, además, ganan en cultura, porque sabrán que la leche sale de las vacas y no del brick, por poner un ejemplo”.
Las frases son de la pedagoga Heike Freire, que las escribe en el libro Educar en verde. Y, por supuesto, las argumenta minuciosamente. “El contacto con la naturaleza mejora la obesidad porque los niños disponen de espacio de juego, para correr, para saltar. Hay que tener en cuenta que solo un 30% de niños y niñas de 3 a 10 años van a pie a la escuela”, dice Freire, que también es filósofa y psicóloga.
“También hay muchos niños que hacen deporte en la ciudad”, le comento. “Sí, pero siempre son actividades organizadas. No es lo mismo un deporte organizado y guiado que estar en un paraje natural donde pueden jugar de forma autónoma.” De acuerdo. ¿Pero cómo se educa en verde?
Educar en verde implica dos conceptos. El primero es acercar a los niños a la naturaleza cada día. “No es suficiente con un único contacto al cabo del año”. Lo ideal sería ir a la naturaleza, al campo, cada día, pero como el ritmo frenético de los padres lo dificulta, la naturaleza puede venir a la ciudad. Solo hay que pensar. Se pueden abrir las casas a la naturaleza, “que actualmente son búnkers”. ¿Cómo?
- Plantando, con los hijos, plantas para el balcón o la ventana. Que sean plantas propias de la zona, como hierbas aromática, y dejar que ellos se encarguen de cuidarlas.
- Paseando por el barrio y apadrinando árboles. “Daréis responsabilidad a los niños, porque les podréis decir que ellos son los padrinos de aquel árbol que vive cerca de casa, y cada tarde pueden irlo a ver y, si es preciso, regarlo”.
- Haciendo un mapa con todos los árboles del barrio. “Será muy divertido mapear el papel con los nombres de los árboles que hay alrededor. También se puede completar con nombres de insectos o pájaros que se vean por la zona. Ni que sean hormigas o abejas”.
- Las escuelas también pueden hacerlo. Se puede arrancar un trozo del cemento de los patios para llenarlo de tierra, para que los alumnos puedan plantar plantas. Hay escuelas que lo hacen, y que estudian el calendario del año para saber qué alimentos pueden ir plantando en el patio.
- Y, por último, el contacto con la naturaleza. Siempre que se pueda. “Los niños están tan estimulados con la tecnología que cuando van al campo dicen que se aburren. No saben apreciar la tranquilidad que transmite la naturaleza”.
Hasta aquí la primera parte de educar en verde. La segunda parte de esta educación verde implica una concienciación medioambiental, ecológica. Dicho con otras palabras: dar a conocer a los niños los problemas de la selva virgen del Amazonas, por ejemplo; o de las devastaciones de bosques que hay en el mundo. Y sobre todo transmitirles la pasión por la Tierra, por respetarla, por quererla. “Si los padres son grandes defensores de la ecología, los hijos también lo serán”.