Comer fruta después de las comidas no es recomendable, porque fermenta y dificulta la digestión de los otros alimentos que hemos tomado antes. El mejor momento del día para disfrutar de la fruta y aprovechar sus propiedades es entre comidas, a media mañana o a media tarde.
Para garantizar al máximo las propiedades organolépticas, hace falta que la fruta sea ecológica y de temporada. Así sabemos seguro que ha sido recogida en el punto óptimo de maduración, lo que le da el sabor y dulzura que tiene que tener. Generalmente, la fruta convencional es muy ácida, puesto que ha sido guardada en cámaras frigoríficas, y una vez fuera madura de golpe.
En verano, que es cuando hay más variedad de fruta, es el momento de potenciar su consumo. En cambio, si en invierno tenemos verdura para comer y cenar, podemos reducir el consumo de fruta en la dieta habitual del niño; de hecho, directamente encontramos menos.
Desde que el niño tenga seis meses hasta que cumpla un año podemos hacer compota, zumo, puré o empezar con trozos pequeños de fruta para que la pruebe. Podemos empezar introduciendo manzana, pera, plátano, y también melocotón o albaricoque siempre que lo lavemos, lo pelemos y lo volvamos a lavar.
A partir del año, lavaremos y cortaremos la fruta a un tamaño que le vaya bien para cogerla con las manos. Es mejor esperar a los dieciocho meses para dar frutas rojas, puesto que producen más alergias.
Siempre que sea posible, lo más adecuado es cortarla justo antes comer puesto que, si no, se oxida mucho y ello comporta una pérdida de nutrientes y un cambio de color. Esto último puede hacer que el niño no la acepte bien, porque, cuando comemos, lo hacemos movidos por diferentes sentidos y la vista es uno muy importante.
Dejaremos toda o buena parte de la piel, puesto que es donde se acumulan la mayoría de nutrientes. Si preparamos una manzana con piel, podremos ver el color (roja, verde…), oír como cruje (la textura de la piel es más fibrosa, y la parte de dentro, más blanda) y tendremos más nutrientes. Si la fruta es convencional, la pelaremos.
Compartir la preparación es una buena manera de empezar a hacer boca.
De esta forma favoreceremos que el niño conozca, a través de la experiencia sensorial, lo que está tocando y comiendo, las diferentes frutas y las propiedades que tienen (color, tamaño, forma…).
¿Qué nos aporta la fruta? Pues hidratos de carbono (la gran mayoría asimilables de forma directa, puesto que son glucosa y levulosa), agua fisiológica (entre un 80% y un 90%), sales minerales y muchas vitaminas (sobre todo la C), celulosa (que favorece el tránsito intestinal) y ácidos orgánicos.
A la hora de comer fruta es muy importante que el niño disfrute; el objetivo es el placer de comer fruta. Desarrollaremos el sentido del gusto y favoreceremos el deseo de probar alimentos nuevos.
Preferimos no determinar cantidades: durante la introducción alimentaria lo que queremos desarrollar son el sentido del gusto, el placer de alimentarse y el deseo para probar alimentos nuevos. Por eso es mejor no mezclar frutas, sobre todo en el caso de los purés; queremos que las puedan conocer y reconocer una por una.
El niño experimenta y conoce el mundo que le rodea a través de los sentidos y de la acción. Empecemos, pues, a disfrutar de las frutas y seamos los acompañantes del niño a vivir esta experiencia tan positiva para su crecimiento y su relación con el mundo y los otros.