Marc Casabosch emprendió una nueva vida hace unos años y se trasplantó a él mismo de la ciudad al campo. En este camino, ha publicado libros exitosos como Un huerto para ser feliz o Setas al descubierto. Actualmente dirige un pequeño hotel rural en Castellar de la Ribera (ceuro.cat) donde despliega todos sus conocimientos de la tierra, la naturaleza y la cocina sana, y que también encontraréis en su nuevo libro, Cultivando la vida, un relato filosófico de un gran orador, inquieto, apasionado y lleno de sabiduría. Hay que ir a Ceuró para conocer en persona a Marc y su familia.
Marc, te he conocido haciendo ya esta vida y completamente dedicado a la tierra y a la familia, pero tú eres un urbanita.
¡Sí! Vivía en Sant Andreu y me gustaba vivir en Barcelona, pero me sentí expulsado por los precios de la vivienda y, después, también por el tema medioambiental y por una cuestión de dignidad a favor de la vida. Tengo la sensación de que, en la ciudad, la vida no fluye, que la vida es muy rígida, pero la clave era que sentía que, con los precios de los pisos, me privaban el derecho a la vivienda. Soñaba con un espacio bonito, luminoso, para poder hacer un huerto y sentirme libre y en Barcelona no lo podía tener, no lo habría podido tener nunca, porque, además, esto va ligado a una vida slow y, claro, vida slow en la ciudad significa no producir dinero, y no producir dinero no te permite tener todo esto. Por lo tanto, era un pez que se mordía la cola. Darme cuenta de que allí donde estoy ahora todo esto era posible requería un esfuerzo, porque estoy muy lejos, pero así también fluyó la idea de hacer familia. En Barcelona, con Vanesa, nunca hubiéramos tenido hijos, y es algo que ya habíamos hablado y en lo que coincidíamos. La vida que tengo ahora va muy vinculada a este espacio donde estoy.
¿Vives con la sensación de que todo el día haces de padre y que no produces dinero?
Evidentemente produces, pero el nivel económico que te exige vivir de esta otra manera es diferente. Por eso me he podido permitir este tipo de reducción de jornada voluntaria, que habrá sido de cinco años y medio: desde que tuvimos a Aran hasta que ahora Bruel comenzará Infantil en septiembre, porque ninguno ha ido a la escuela hasta P3.
Eso lo dice todo.
Sí. Piensa que yo pretendía tenerlos en casa hasta los seis años, pero al final he visto que era muy mental. Después el que no los aguanto soy yo. [Ríe.]
¡Has hecho mucho! Sin embargo, has ido trabajando aquí y allá, y la muestra es este libro fantástico que tengo en las manos recién salido del horno.
Sí. En este libro, a diferencia de los otros, justamente hay mucho de todo esto: hablo mucho de vida, de vivirla, de sentirse feliz. Lo que he desarrollado mucho en estos cinco años y medio o seis es mi parte femenina, que ha despertado muchísimo. Veo la vida con ojos de hombre y de mujer, y es una experiencia fantástica.
Cuéntame más.
Es porque he tenido el tiempo para compartir con mis hijos, para vivir a todas horas la intensidad de sus primeros años y dar valor a la crianza, porque muchas veces, en este mundo masculinizado y capitalista, esto pasa desapercibido y es muy fácil entrar en una rueda. Deteniéndome he ido tomando conciencia.
Hay muchas parejas de tu edad que tienen el sueño de montar un hotel rural, pero es muy esclavo montar un negocio así sin mucha ayuda y, si hay restauración, me parece muy difícil conciliar como lo has hecho. ¿Cómo se hace?
Con mucho activismo, no dejándote llevar nunca por cómo alguien presupone que deben ser las cosas. Es decir, tú puedes tener un proyecto que sea esclavo o puedes intentar tener este proyecto y que te esclavice lo mínimo. Todo el mundo nos dice: “Esto tan chulo que hacéis con la comida, ¿por qué no lo abrís a la gente de por aquí?”. “Abrís”, significa estar siempre y, si hay alguien que pasa por allí, que pueda venir a comer, y como esto tantas cosas. Una de las condiciones era que, si abríamos un hotel rural, solo cocinaríamos para los clientes alojados en el establecimiento. Esto minimiza mucho el trabajo, que queda reducido a dos o tres días a la semana. Además, tenemos pocas habitaciones y es todo mucho más fácil, porque la logística no es estresante y me permite ir al huerto, mirar qué hay, cosecharlo y cocinarlo. Nos autoabastecemos mucho.
¿Por qué necesitaste escribir este libro, después del éxito de los otros? ¿Qué querías contar?
Cultivar la vida me lo he tomado como una especie de testamento amistoso para mis hijos. Lo he escrito en esta clave.
¿Quieres que cultiven la tierra?
No. Me da igual si no la cultivan y no hacen nada de todo lo que yo hago. Solo es para que comprendan por qué su padre veía la vida en ese momento de aquella manera, mis valores. Hubo un momento en el que quería que el libro fuera más un ensayo, pero al final decidí optar por esta forma de mezcla de libro práctico y reflexiones para entrar por dos vías diferentes; es decir, quien solo busque un libro práctico tendrá de regalo las reflexiones, que quizás lo inspirarán, y quien busque las reflexiones, además, tendrá un libro práctico.
Hablando del libro, cuéntame qué encontrarán.
Mira, Cultivando la vida nace de una necesidad. Cuando hice Un huerto para ser feliz, lo hice para no iniciados y contaba mi experiencia partiendo de cero: un urbanita de ciudad que se fue a vivir al campo y que quiso tener un huerto. De ello salió, por tanto, un abecé bastante básico, pero falta información práctica. En estos seis años de aprendizaje, me han hecho muchas consultas en charlas, en la radio, entre otros, y aquí he podido encajar todas las preguntas con respuesta; hay setenta ordenadas por cultivo o disciplina.
¿Los consejos para cultivar son para gente que tiene grandes extensiones?
Es indiferente. Está pensado para agricultura, para huertos de autoconsumo, puede ser para cultivar en una jardinera o en un huerto de media hectárea. Está pensado en clave de huerto familiar de autoconsumo.
De todos modos, yo no sé si haré un huerto y me encanta el libro. He aprendido muchas cosas.
Exacto. Este libro te sirve para comer mejor.
Eres un gran cocinero y un gran conocedor de la alimentación y, aquí, incluso encontrarán recetas de pickles, de tortilla de especies, de chutney de tomates.
Sí, porque, además, el libro está dividido según los meses del año e incluye todo lo que se debe cultivar, cosechar, cocinar y comer en cada época del año. Si es temporada de tomates y tienes diez kilos, ¡haz chutney! Lo más interesante de este libro es que lo hice de enero a diciembre, y las reflexiones que hay al principio de capítulo están hechas a pie de huerto, es decir, me forcé a mí mismo a decir: “Mira, estamos a dos de febrero y escribiré a ver qué pasa ahora en el huerto”. La gente puede intentar hacerlo y seguirlo.
Yo lo tengo como un gran libro de consulta, por ejemplo, de temas como el de las hierbas olvidadas, entre otros. A la gente de ciudad, algunas cosas les parecerán marcianas.
¡Ya! Es que llegará un día en el que a todo el mundo le parecerá marciano el conocimiento, básicamente, porque nos estamos medio alienando y algo tan básico como estudiar, aprender, no se estila. Te lo diré de otra forma: la clave es aprender, desaprender, reaprender, y cuando has hecho todo este proceso, comprender algo. Esto no está de moda, desgraciadamente, porque pide tiempo y vitalidad, pide que realmente aprecies, ames la vida, la sientas como un regalo de todo este proceso, porque, además, hay que revisar, volver a hacer el camino, porque seguro que te has dejado cosas por aprender o porque algunas que son válidas hoy quizás mañana no lo serán porque hemos descubierto otra cosa.
Eres curioso por naturaleza y eso que cuentas también te ha pasado, igual que a mí, con la alimentación. Por eso nos entendemos cuando decimos que no queremos etiquetas y que no somos talibanes de nada.
Sí. Hemos tenido que hacer muchas vueltas para aprender, desaprender y volver a aprender. Es todo un camino y acabas llegando a un punto en el que dices: “Ya me lo habrían podido explicar así desde el principio y habría sido más fácil”.
¡Ja, ja, ja! ¡Por supuesto!
Pienso que mis libros son un poco de este camino. Yo he hecho un trozo de camino y te la cuento a mi manera.
Y es un regalo, porque eres polifacético, Marc. Buen comunicador, buen labrador, buen cocinero. Todos ellos, oficios propios que requieren una vida de aprendizaje, a veces.
Sí, pero, si te fijas, no es que quiera decir que soy una abuela, ¿eh?, pero un poco sí. Las abuelas hablaban mucho, conversaban mucho, cocinaban bien, cultivaban la tierra, tenían conocimientos y, además, tenían tiempo de criar y de dar vida a la vida. Las abuelas lo han hecho siempre todo esto. Soy curioso y apasionado. En todo caso, me entristece la apatía y la dejadez que veo hoy en día.
¿Esto también te pasa en el entorno infantil, con la alimentación de los hijos, por ejemplo?
Sí. Tienes conversaciones y piensas: “Ostras, ¿qué necesitarías para apoderarte, para querer hacer las cosas de otra manera?”. De alguna forma pienso que lo que hay detrás de todo esto, de estas actitudes mayoritarias, es que todavía no nos damos cuenta del poder que tenemos ni hacia nosotros ni hacia el entorno. Es decir, la realidad depende de lo que hacemos desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir. Depende de lo que hagas tú, tú y tú, y el otro y el otro, el mundo será de una forma u otra. Por tanto, no deja de ser curioso, por ejemplo, con el tema de la alimentación, que una familia que vibra con la crianza, que tiene una mirada muy femenina y de respeto, al final acabe comprando ecológico, pero en un gran hipermercado y no en la cooperativa. Aquella mirada femenina y honesta, al final, queda en nada, ya que no se ha ido a la raíz de la cuestión para fomentar un cambio de verdad y transformar. Así, al final, no cambiamos nada.
Bueno, sí. La conciencia.
Será lo único, pero el entorno será el mismo. La persona que vive en un entorno que le es hostil no hace nada para transformar esa hostilidad en habilidad.