Enséñame las heces y te diré qué comes
“Unas heces correctas deben tener forma de plátano y tiene que salir de un tirón”, dice la pediatra Teresa Bravo. Las heces que no sean así indicarán que algo está pasando en la digestión del niño. “Cuando las heces no están ligadas, cuando son líquidas, cuando son como las de una oveja, con bolitas, o con diarrea, es que el intestino no está bien”. Y de paso, “a mí me está indicando que la criatura no come suficiente fibra, no come verduras ni frutas ni tampoco bebe bastantes vasos de agua”.
Y es que cuando un niño tiene estreñimiento, es recomendable revisar cuántos vasos de agua bebe al cabo de un día. “Lo ideal sería que tomara unos 6 u 8, porque el agua también hace que las heces salgan duras”. A partir de ahí, habría que observar también la composición de las comidas. Los padres pueden convencer a los niños para llevar cierto tipo de alimentación, pero es el ejemplo lo que los arrastrará.
Así comes, así tienes la lengua. Los niños que siguen una buena alimentación, rica en frutas y verduras, y, por tanto, hacen una digestión correcta, tendrán una lengua sana y limpia. Es decir, será de color rosa y, además, desprenderá buen aliento. En cambio, una lengua sucia, “completamente blanca o con una capa marrón y con mal aliento indicará que algo está pasando en la digestión y alimentación de los alimentos”, dice la pediatra Maria Teresa Bravo, directora docente de la Acadèmia Medicohomeopàtica de Barcelona.
Por este motivo, los pediatras siempre miran y observan las lenguas de las criaturas, porque son un escáner. “Una lengua gruesa, que tiene marcados los dientes, indica que puede haber una infección, problemas en el intestino“. Si los pequeños tienen algún tipo de alergia, o incluso una atopía, “tendrán una lengua geográfica, que se denomina de esta manera porque hay una mancha roja y un cerco de color blanco“. Aparte de los tipos de lengua, sucia, limpia, dentada o geográfica, también hay otros indicadores externos de una mala alimentación, “las caries, la barriga hinchada y problemas en la piel”.
Sea como sea, la clave de todo es la alimentación. “Me encuentro muchos padres que me cuentan que los niños no quieren comer verdura. Y yo les digo que la necesitan y, por tanto, tienen que comerla. No importa que no quieran. Deben hacerlo”. En este sentido, el cocinero Joan Roca, padre de Marc, de 14 años, y de Marina, de 7 años, comenta que a él también le costó que sus hijos comieran verduras, pero encontró una estrategia para que se atrevieran a probarla y, finalmente, comerla. “Preparamos conjuntamente la cena. Y a ellos siempre les encargo alguna tarea importante para que podamos cenar. O bien pelar patatas. O bien pelar zanahorias. O limpiar la lechuga. O, incluso remover la cazuela“. El caso es implicarlos. Además, el cocinero, galardonado con tres estrellas Michelin, también recomienda que los padres hagan con las criaturas todo el proceso: primero que vayan al mercado −Joan Roca va los sábados por la mañana con sus hijos− y luego lleven toda la compra juntos a casa. “En el mercado de Girona, me he encontrado que les ha acabado atrayendo alguna fruta o alguna verdura que, en casa, no habían querido probar“.
Por su parte, la cocinera Carme Ruscalleda explica trucos para que los niños coman pan con tomate, “que a veces me encuentro que no les gusta, cuando la combinación del pan con el tomate es sanísima”. El truco consiste en que ellos mismos lo preparen. Que corten el tomate, que lo mojen por encima de la rebanada de pan, que pongan el aceite, “en forma de círculos, y que, mientras lo hagan, que vayan diciendo lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo “. Si los niños manipulan los alimentos, se los acabarán llevando a la boca. Comenzar con el pan con tomate es un buen primer paso.