«La primera medida a tomar para ordenar el Estado: lo primero que hace falta es la rectificación de los nombres. Si los nombres no son correctos, las palabras no se ajustarán a lo que representan, y si las palabras no se ajustan a lo que representan, las tareas no se llevarán a cabo… y el pueblo no sabrá como obrar». (Confucio)
Como ya se ha comentado en algunas ocasiones es cuanto menos sorprendente la poca importancia que se da en medicina a los temas que hacen referencia a la comunicación médico-paciente. Y es sorprendente porque resulta que de esta relación, sin ir más lejos, depende sobremanera que el paciente haga lo que el médico le prescribe tanto en cuanto a medicamentos como a regímenes de vida, etc.
En efecto, varios estudios muestran como el incumplimiento terapéutico está alrededor de un 50%. Tales estudios muestran también como la relación entre el paciente y el personal sanitario es clave para esa adherencia al tratamiento. Pero es que además, para los pacientes, la relación que establecen con el médico es uno de los aspectos que más valoran en una visita médica. Ellos esperan ser acogidos, comprendidos y aceptados. Nada especialmente raro tratándose de seres humanos en situación vulnerable. Y, más aún, los propios médicos también damos mucha importancia a esta buena relación con el paciente, porque eso nos hace sentirnos útiles y gratificados en nuestro trabajo. Los médicos todos, en realidad, queremos tratar a personas y no análisis, radiografías, pulmones o laringes. Sabemos que detrás de esas pruebas o esos órganos hay una persona, a la que queremos ayudar. O sea, que si queremos que esta relación sea lo más humana y lo más terapéutica posible debemos darle la importancia que se merece.
Puesto que el material con el que tratamos es, en general, “altamente sensible”, ¿qué decir de los pacientes oncológicos o con enfermedades graves? Esos que su situación los hace aún más vulnerables y en la que los médicos también nos enfrentamos con nuestras propias enfermedades, miedos y angustias.
Dada nuestra experiencia en la atención y terapia a estos pacientes en nuestro centro Institut Khuab de Barcelona nos atrevemos a señalar algunos puntos importantes a tener en cuenta:
- La comunicación no verbal
- Hablar el lenguaje del paciente
- Hablar en positivo
- Las autoprofecías que se cumplen
La comunicación no verbal
Lo primero, a nuestro entender, es volver a leer la cita que encabeza este texto. Las palabras conservan un poder mágico, como decía Freud; y como médicos nunca deberíamos desdeñar ese valor. Así pues, seamos muy conscientes de lo que decimos y más aún (y nunca acabaremos de subrayarlo lo suficiente) de cómo lo decimos. En contra de lo que pudiera parecer, nuestros gestos, tono de voz, actitud. etc. es siempre más importante que el contenido de la conversación. Y eso no se puede impostar, como mucho sólo se puede aprender practicando.
Así que atención a cómo decimos lo que decimos. ¿Cómo le vamos a decir a alguien que tiene cáncer? Primero deberíamos conocer a esa persona. Deberíamos mirarlo, observarlo, saber de él. Hoy día se habla mucho de personalizar el tratamiento del cáncer; de genes y todo eso. Y se van dando pasos en esa dirección. Pero quizá pasamos por alto el pequeño detalle de que primero a quien hay que personalizar es al paciente: individualizarlo. Y a la vez mirarlo en conjunto: sus emociones, sentimientos, circunstancias vitales. La homeopatía nos puede enseñar mucho sobre este tipo de entrevista porque hace más de 200 años que la practica.
Hablar el lenguaje del paciente
Una vez conocida y valorada toda esta información, es el momento de explicar la situación. Hemos visitado muchos pacientes que nos han confesado su impotencia, rabia, tristeza, etc. por cómo les dieron el diagnóstico. Muchos entraron en pánico y no se quitaron el miedo y la angustia (si lo hicieron) hasta muchos días o meses después. Lo que queremos conseguir es justo lo contrario, o sea, que esa persona movilice todos sus recursos para mejorar su salud. Así pues, dar un diagnóstico de forma adecuada no sólo es un acto de humanidad, sino un acto profundamente terapéutico.
Dar un diagnóstico de forma adecuada no sólo es un acto de humanidad, sino un acto profundamente terapéutico
Para ello, como en tantas otras situaciones vuelve a ser fundamental saber con quién hablamos. Hablar el lenguaje del paciente significa no sólo utilizar términos comprensibles a su nivel sociocultural sino entrar en su estructura de pensamiento y emociones y establecer el contacto desde ahí. En esta situación es más que probable que el paciente se vaya a sentir comprendido y aceptado y se sienta motivado a seguir nuestras indicaciones.
Hablar en positivo
Hablar en positivo es sumamente difícil. Observemos cómo para comunicarnos con nuestro entorno (y con nosotros mismos) utilizamos con mucha frecuencia el “no”. “No hagas esto; no deberías haber hecho aquello”… Así, en vez de afirmar lo que hay que hacer o decir, decimos lo contrario. Pero es que los enunciados negativos no existen en el mundo no verbal. Para hacer caso a una orden negativa primero tenemos que visualizarnos haciendo aquello y después anteponer un no. Eso es lo que hacen los niños y lo que hace nuestro cerebro adulto, un poco de forma inconsciente, pero con claras repercusiones en la vida cotidiana, porque visualizarnos haciendo lo que no debiéramos hacer o decir ya nos dirige hacia ello. Por ejemplo, es mucho más efectivo decirle a un niño que “recuerde algo” que “no se olvide de algo”… La diferencia parece muy sutil pero es demoledora a efectos comunicacionales. En el segundo caso estamos induciendo al niño a que se olvide de eso que queremos que recuerde.
Es muy importante hablar delante de una persona con una enfermedad grave de aquello que ha de hacer y no tanto de aquello que no. Y recordar que siempre hay esperanza.
En el mundo de la comunicación y de la hipnosis, el “no” no tiene demasiado valor en sí mismo. Tanto se puede hacer una inducción hipnótica diciéndole a alguien “cierra los ojos” como “no cierres los ojos”. En ambos casos el efecto es el mismo: cerrar los ojos. Y esa es la enseñanza que debemos sacar.
Por eso es tan importante ante una persona con una enfermedad grave hablar de aquello que ha de hacer y no tanto de aquello que no. Y recordar que siempre hay esperanza, del tipo que sea, para esa persona.
Otro aspecto diferente y que también nos gustaría mencionar, es esta moda de tener que ser positivos a toda costa durante una enfermedad grave. Hay un dicho oriental que dice que “con tu mente no puedes engañar a tu mente”. Y eso es lo que muchas veces sucede. Todo el mundo, médicos, enfermeras, familiares corren a decir al paciente, con la mejor voluntad posible, que tiene que “ser positivo”; y él se esfuerza en sonreír y sacar fuerzas de flaqueza… Pero la mente funciona de otra manera y cuanto más esfuerzo en apartar algo (la tristeza o el miedo, por ejemplo) más pensamientos tristes y desgraciados vienen a la cabeza. Por ello no parece nada útil esa positividad forzada. Hay que dejar un espacio, determinado y concreto según nuestra experiencia, a esos pensamientos (reales) de tristeza, miedo e incertidumbre. Así, bien encaminados, nos van a hacer mucho menos daño y nos van a dar la oportunidad, una vez agotados, de dirigir nuestras menguadas fuerzas hacia aspectos mucho más positivos y fructíferos.
Autoprofecías que se cumplen
Otro aspecto a tener en cuenta y que se da con cierta frecuencia es lo que se denomina “autoprofecía que se cumple”, tan bien estudiada por Watzlawick y colaboradores de la Escuela de Palo Alto. Se trata de un fenómeno en el que, al predecir algo sobre una cuestión, tanto el que la predice como el que la oye tiende a hacerla realidad. De esta manera construimos lo que luego padecemos.
Al predecir algo sobre una cuestión, tanto el que la predice como el que la oye tiende a hacerla realidad.
Hay numerosos ejemplos de ello en casi todos los campos. Pongamos algunos: los economistas saben bien que hacer saltar el rumor de que la bolsa va a subir puede hacer que suba; en docencia es célebre el experimento que llevó a cabo Rosenthal en los años sesenta. Otro: al inicio de un curso escolar se le dice a varios profesores que una serie de niños son especialmente inteligentes y aptos por una serie de pruebas que se les ha realizado, y al final de curso, evaluando todos los aspectos, se comprueba que estos alumnos han tenido mejores calificaciones y han sido mejor valorados en cuanto a la actitud que el resto. Ni qué decir tiene que en tal experimento los niños se eligieron al azar. Pero al predecir de manera creíble sobre la inteligencia de los niños, se hace que el profesor se fije especialmente en ellos y que los trate casi imperceptiblemente de forma diferente; los niños a su vez también reaccionan favorablemente a ese trato y atenciones.
O sea que, en nuestro caso, a veces nuestro colega médico ante unas pruebas que no están del todo claras se arriesga a decir, según su experiencia y con la mejor de las intenciones, que él “cree” que esto se trata de tal tipo de tumor y entonces su pronóstico es tal. Este acto, aparentemente banal y, repetimos, hecho con la mejor voluntad del mundo, tiene implicaciones profundas. El facultativo, casi sin darse cuenta, va a tener tendencia ante las futuras pruebas a evaluarlas tal y como lo previó (siempre obviamente que éstas sigan sin ser del todo definitivas), y el paciente, a comportarse en cuanto a su salud tal y como le pronosticaron. El efecto, como vemos, es doble y, por tanto, muy potente.
Bien, llegamos al final de este corto viaje en el que hemos mostrado algunos aspectos en la relación del médico y los pacientes. Seguro que podrían añadirse algunos más. El resumen es que, con todo el arsenal médico y tecnológico que tenemos a nuestra disposición, muchas veces nos olvidamos de lo que aún ahora es tanto o más importante en cualquier terapéutica; algo que está en la base de la medicina y de cualquier otra búsqueda de mejoría en las personas; algo difícilmente objetivable y cuantificable, y por ello no aparece en las estadísticas y en los estudios científicos. Y sin embargo, es algo de lo cual todos tenemos la experiencia cierta de sus profundos efectos. Sí, las palabras, la comunicación (verbal y no verbal)… todo aquello, en definitiva, que nos hace humanos y que, como tales, nos hace querer curar o aliviar el sufrimiento de nuestros semejantes.
Artículo escrito por:
Dr.Gonzalo Fernandez Quiroga