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La microbiota −o flora intestinal− se considera actualmente un órgano que participa en funciones digestivas y fisiológicas del organismo y que tiene un papel clave en la salud y el bienestar del individuo. Está implicada en la digestión de los alimentos, en el metabolismo, en la protección contra los patógenos, en la maduración del sistema inmunitario, en la síntesis de vitaminas, etc.

La microbiota forma, junto con la mucosa y el sistema inmunitario intestinal, el ecosistema intestinal. Es su elemento más vulnerable, de hecho, ya que está sometida de manera continuada a factores nutricionales y ambientales que pueden desequilibrarla. Este desequilibrio se conoce con el término de disbiosis intestinal. La dieta, las enfermedades, los medicamentos, el estrés o la velocidad del tránsito intestinal son algunos de los factores causantes de disbiosis.

La microbiota se implanta en el sistema digestivo a partir del nacimiento y madura en los primeros 4 años de vida

La microbiota se implanta en el sistema digestivo (también en la piel y las mucosas) a partir del nacimiento y madura en los primeros 4 años de vida. Al principio, la calidad de esta población de microorganismos depende de factores como el método del parto y el tipo de lactancia que recibe el bebé. Y otros elementos como la duración de la gestación, los antibióticos o el entorno del bebé también influirán en la implantación de la microbiota, en la cantidad o calidad de las especies.

El sistema inmunitario, cuando nace, es inmaduro y desequilibrado, y si no se equilibra en esta etapa de la vida puede conducir a terrenos propicios a las infecciones o las alergias. Cada vez encontramos más estudios e investigaciones que demuestran el vínculo entre un ecosistema intestinal perturbado en la infancia con patologías en la edad adulta como alergias, enfermedades autoinmunes, obesidad, asma, etc.

El parto vaginal y la lactancia materna favorecen la implantación de una microbiota que ayuda al equilibrio y a la maduración immunitaria.

Es por todo ello que hay que cuidar de la microbiota y, por tanto, de la salud y del bienestar de todo el organismo con el uso de un probiótico de calidad. Los beneficios que nos aporta son “cepadosisdependientes”. Es decir, dependen de la cepa y de la dosis utilizada en cada complemento probiótico.

Hay que tener en cuenta, pues, los desequilibrios y las perturbaciones en cada individuo para encontrar el probiótico más adecuado para cada situación.

Se debe pensar desde el primer día de vida en favorecer una microbiotia de calidad. Así, en cualquier caso, un probiótico de calidad es una inversión de futuro.

Artículo escrito por:

Pilar Casanovas i Aguilar.
Farmacéutica. Departamento de formación PiLeJe.